¿El frontón de Arroka debe desaparecer?

Olatz González Abrisketa  Profesora de Antropología Social UPV-EHU

Publicado en Diario de Noticias de Gipuzkoa 26.11.2016

Un pequeño conflicto vecinal ha surgido en el barrio donostiarra de Amara a cuenta del frontón de la calle Arroka. El Ayuntamiento ha modificado el proyecto inicial de urbanización de San Bartolomé y entre las modificaciones se incluye el derribo del frontón, uno de los pocos frontones descubiertos que quedan en Donostia.

Parece comprensible, en el actual estado del frontón -con las paredes descascarilladas y enroñadas las protecciones metálicas sobre el frontis-, que algunas y algunos vecinos del barrio consideren preferible la desaparición del frontón y la apertura de la calle a la nueva zona urbana que se está generando tras el mismo. Además, el recuerdo de las incomodidades -orines y juergas nocturnas- que provocaba un bar ubicado junto al frontón todavía permanece vivo, a pesar de que hoy ocupa su lugar la librería Kaxilda y por tanto esos problemas desaparecieron hace años. Se argumenta además que el frontón está infrautilizado y que para jugar a pelota existe otro frontón en la calle Amara, este cerrado y de dimensiones reglamentarias. Comprendo, como decía, a estos y estas vecinas que no consiguen ver las posibilidades estéticas, urbanísticas, lúdicas y comunitarias del frontón en ese nuevo contexto urbano. No puedo comprender, sin embargo, al Ayuntamiento. Después de los destrozos que gran parte de nuestros pueblos hicieron con sus plazas en los años 70 y 80, ante una decisión así, el Consistorio debe asesorarse bien y considerar el valor arquitectónico y cultural de un espacio de estas características, por muy reciente que sea.

 

El frontón es el elemento urbanístico vasco más original y probablemente el único espacio en todo Europa que reconoce el juego como parte integrante de la vida comunitaria. La plaza vasca, con el frontón como su elemento singularizante, se configura como un gran vacío, susceptible de ser ocupado, además de por el deporte que le es propio, por cualquier otro juego o evento colectivo: comidas vecinales, bailes, conciertos o mítines. Y eso sin contar con su ocupación cotidiana, por parte de niñas, niños y jóvenes que hacen de él un lugar multidimensional de encuentro y juego seguro, que evita que se escapen balones y hace improbables los accidentes, que protege de vientos y ruidos, y genera, como decía Oteiza, un vacío activo de protección espiritual. El frontón de Arroka es un lugar de descanso físico y mental frente al permanente estímulo comercial del centro.

Ninguna placita con bancos y jardineras va a conseguir sustituir eso. El frontón es además y en sí mismo, una plaza, más integradora que cualquiera de las que podamos imaginar. Cierra espacial y estéticamente el barrio y lo abre al encuentro con las nuevas y nuevos vecinos de San Bartolomé. No se me ocurre un lugar mejor, por dimensiones y cercanía, para que las jóvenes que viven en la residencia universitaria jueguen a pelota o a lo que consideren. Se han esgrimido razones de género para apoyar el derribo del frontón, por generar en su parte trasera un “punto ciego”. La pared del frontón desciende a la par que la cuesta trasera, por lo que en ningún momento se convierte en un muro inquietante. Además, todo el barrio de San Bartolomé miraría a ese supuesto punto ciego, que bien arreglado y con buena iluminación sería completamente visible y transitable. Promover la participación y ocupación activa de los espacios públicos por parte de las mujeres, eso sí que es política de género.

En mi libro sobre la pelota argumentaba que el frontón es el ágora vasca, un espacio de genética pública o génesis política. No solo porque, como he dicho, acoge todas las manifestaciones del acontecer comunitario, desde las más lúdicas a las más ritualizadas, sino porque también el juego que le da forma -la pelota- nació como transposición simbólica de un conflicto agónico, una lucha entre iguales. El frontón acoge las diferencias y, sin obligar a que se disuelvan, permite su expresión, su respeto y otro posible desafío. De ahí que artistas como Oteiza o Esther Ferrer, quien elegió el frontón Arroka como uno de los puntos de su Marcha de la poesía, reconozcan su originalidad y fuerza estética (y ética, dos elementos que van necesariamente unidos). En el caso del frontón Arroka, además, confluyen algunas circunstancias que lo convierten en marco idóneo para reivindicar ese rasgo convivencial, teniendo en cuenta que fueron Félix Soto y Gregorio Ordóñez quienes tuvieron que llegar a un acuerdo para que se construyera en 1988.

Cuando las ciudades europeas están buscando, ante la homogeneidad urbana global, elementos de su singularidad, derribar cualquier frontón debiera ser la última opción posible. Que el frontón Arroka caiga, además, al mes siguiente de terminar la capitalidad, cuyo lema ha sido Cultura para la convivencia, no es sino un síntoma de que todavía nos cuesta entender qué significan esas palabras. No puedo sino unirme de nuevo a Oteiza, quien calificaba el frontón como “aislador metafísico, aparcamiento de la sensibilidad formada”, para exclamar con él: “Quousque Tandem…!”