Argui-Ona, fábrica de bombillas de Iruñea
Podríamos aseverar que con la lámpara incandescente se completó una de las principales funciones de la electricidad tras su descubrimiento y desarrollo en el último tercio del siglo XIX, su utilidad para iluminar artificialmente pueblos y ciudades. Y para ello se requería no solo la electricidad, también las lámparas incandescentes más conocidas como bombillas.
La primera bombilla se patentó en Estados Unidos por Tomás Edison en 1880 y aunque haya algunas controversias al respecto lo podríamos considerar como su inventor. Consistía en calentar por la corriente eléctrica un filamento de tungsteno hasta ponerlo al rojo blanco. Para protegerlo de la oxidación completa se encerraba en un bulbo de cristal finísimo al que se le había hecho el vacío. Con los años se rellenaban con un gas noble, como el argón.A Iruñea llegó pocos años después y es conocidísima la exhibición que se hizo en los sanfermines de 1887 con la instalación de un túnel de iluminación con lámparas incandescentes en el entonces paseo de Valencia y que otros años se había hecho con lámparas de gas.

Con la importante proliferación de aprovechamientos hidráulicos se propagó el alumbrado eléctrico no solo en las grandes poblaciones si no hasta en los pueblos y aldeas más pequeños, con lo cual la necesidad de lámparas fue rápidamente in crescendo. El consumo anual de lámparas en el estado español alcanzaba a principios de siglo la cifra de diez millones, de las que más de la mitad se debían importar del extranjero. En aquel contexto de rápido desarrollo de la electrificación e iluminación de las ciudades aparecieron rápidamente los correspondientes emprendedores para tratar de solucionar ese déficit y embarcarse en la aventura de afrontar la importante demanda que suponían las lámparas incandescentes. La primera fábrica española se había abierto en Barcelona en 1893 a la que siguieron varias más, pero la mayor parte de ellas tuvieron, por diversas causas, poco éxito.
En mayo de 1903 se constituyó en Pamplona la Sociedad Argui Ona cuyo objeto principal era la fabricación y comercialización de lámparas incandescentes o bombillas. Con un capital inicial de doscientas cincuenta mil pesetas fueron socios fundadores Vicente Díaz, Antonio Irurzun, Angel Artola y los ingenieros Pablo Galbete, Daniel Múgica, Serapio Huici y José Azarola. Todos ellos eran miembros de ese grupo reducido de emprendedores, perteneciente a la élite de la sociedad navarra y que con frecuencia formaban parte, no de una, sino de varias sociedades a la vez, protagonistas del incipiente desarrollo industrial de la comunidad. Artola era a la sazón el primer presidente de la recién fundada Cámara de Comercio y se nombró como director gerente de la sociedad al ingeniero José Azarola que para ello tuvo que renunciar a la gerencia de la importante empresa eléctrica de Bilbao “La Instaladora General” y venir a Pamplona.

Inicialmente el objetivo era elaborar dos mil lámparas diarias con intenciones de ampliar las instalaciones en un futuro próximo y doblar la producción a cuatro mil una vez se hubiera formado al personal obrero. Debido a que las diversas operaciones que constituían la elaboración de las bombillas eran muy delicadas se consideró que era trabajo un más apropiado para mujeres. En un principio se considero necesario unas sesenta obreras para cumplir los objetivos de producción. La fábrica se instaló en el mismo edificio del primer ensanche pamplonés que hasta muy poco antes había acogido a la fracasada Sociedad de Molinería y Panificación sistema Schweitzer, el correspondiente a los números 33 y 35 de la calle Navas de Tolosa.
De entrada, se hizo un contrato con la muy acreditada fábrica bávara Bayerische Glühlampen Fabrik de Münnchen que poseía la patente de fabricación en Europa de la lámpara Polarlampe. Para dar comienzo a la producción se contrató a una docena de operarias alemanas que iban a enseñar el oficio a las obreras pamplonesas. La buena calidad de la lámpara dependía de dos factores principales, la bondad y calidad del filamento y sobre todo del esmero en la mano de obra. El resultado práctico fue asombroso, consiguiéndose una gran especialización de aquellas mujeres obreras que, lograron un alto nivel de perfección para lograr un producto de gran calidad y a un precio muy competitivo. No conocemos el montante de los salarios, lo imaginamos bajo, pero es llamativo que en los anuncios para contratar a las obreras se hacía hincapié en que se daría preferencia a las que supieran leer y escribir.
La especial característica de la lámpara de incandescencia Polarlampe era que la soldadura de sus filamentos se hacía electrolíticamente con hilos de platino que impedían la pérdida de vacío. La lámpara se anunciaba como, la más barata, la de mayor duración, la mas brillante, la mas económica en consumo y la más exacta en voltaje. Pronto la fábrica se hizo con un gran stock de lámparas de todos los voltajes y medida de casquillos, bombillas que se vendían en la propia fábrica, y en varias lampisterías de la capital, la más conocida de ellas la de Garayoa en la calle Javier 2 además de en otros puntos del estado, principalmente a través de sus representaciones, la mas importante de ellas en Barcelona. El precio de una bombilla oscilaba entre los 45 y los 55 céntimos de peseta.
Pronto se hizo cargo de la fábrica el ingeniero Félix Salinas y los directores gerentes fueron cambiando, siendo después de Azarola, Demetrio Martínez de Azagra y ya en 1910 el reconocido comerciante de Orotz Betelu, Leopoldo Garmendia. Al comienzo de 1912 la sociedad adquirió la patente de fabricación exclusiva de otra lámpara de filamento metálico irrompible de gran potencia, fabricación a gran escala a fin de propagarla por todo el estado. Se trataba de la lámpara Azkar cuya característica principal era su fortaleza y duración.

Sin embargo, sus ventas o quizás el coste beneficio no debió ser favorable. Durante los dos años siguientes se anunciaba continuamente en prensa la venta de acciones de la sociedad, acciones que nadie adquiría. Finalmente, en 1915 la fábrica tuvo que cerrar. El ingeniero Félix Salinas quiso seguir con la aventura industrial e instaló su propia fabrica en la calle Descalzos. Los locales de la fábrica fueron adquiridos por la congregación de los Hermanos Maristas que tras la consiguiente reforma instalaron en ellos, junto con el edificio aledaño, su colegio de San Luis, colegio que estuvo en activo hasta 1966. Así terminó la corta historia de la sociedad Argui Ona y de sus habilidosas y cuidadosas manufactureras.
Víctor Manuel Egia Astibia