Ausencias en el callejero de Pamplona

Iñaki Uriarte.   2016.3.11  www.nabarralde.com

Si repasamos en la toponimia urbana de Pamplona el nombre de todas esas calles y plazas cuya historia nos contó el recientemente fallecido doctor Arazuri comprobamos sin dificultad que constituyen un amplio resumen de la geografía y de la historia de Navarra. Reyes y reinas, cronistas, santos, músicos, literatos, montes, ríos, villas, monasterios. Qué difícil encontrar calles dedicadas a temas foráneos, o a personas no nacidas en el viejo reino o no vinculadas a él de algún modo.

Hace años, iniciándose la democracia en nuestros ayuntamientos, el de Pamplona estableció unas pautas para nombrar en el futuro sus calles y barrios. Con buen criterio, y para evitar que las denominaciones mudaran al compás de los regímenes políticos, decidió que no se dedicaran calles a personas vivas y, en todo caso, que no se hiciera por su significación política. Una norma que tiene sus pros y sus contras: personas de indudables méritos deben esperar la muerte para que su nombre adorne alguna vía pamplonesa, pero por lo mismo la dedicatoria constituye una, si no la principal, de las honras fúnebres que dedica la ciudad a sus más insignes hijos, sean «biológicos» o adoptados. Así ha sido en los últimos años con Sabicas o con el maestro Turrillas, y a lo que parece así va a ser, con todo merecimiento, con José Joaquín Arazuri. Y como sucede que en toda norma se justifica alguna excepción, se dedicó también un parque a un político, Tomás Caballero, a raíz de su asesinato.

Como digo, me parece por completo acertada la norma de orillar la política para nombrar los espacios urbanos. Así se ahorrará a las generaciones venideras la pejiguera de cambiar los nombres según cambia la percepción de los méritos políticos; a quien en el pasado oficialmente se tuvo por heroico general o admirado tribuno el tiempo lo puede convertir en aborrecido tirano o despreciado traidor. Pero quizás debiéramos aplicar el mismo criterio al pasado. No para depurar los nombres de políticos que figuran en el callejero (por fortuna lo suficientemente alejados de nosotros como para levantar pasiones, por no decir que apenas son ya recordados como tales sino como simples nombres de calle: Espoz y Mina, José Alonso, Pascual Madoz, Marqués de Rozalejo, Joaquín Jarauta, etc.), sino para remediar la ausencia de personalidades ilustres cuyos nombres no figuran probablemente debido a circunstancias políticas, aunque sus méritos principales se encuentren, por ejemplo, en la república de las letras.

Entre las más llamativas ausencias de este tipo están las de dos de los principales escritores «euskaros», es decir, miembros de la «Asociación Euskara de Navarra» (1877-1897). Me refiero a Arturo Campión (sí está en el callejero de la vecina Ansoain) * y a Hermilio de Olóriz **, ambos pamploneses de nacimiento. Otros destacados miembros de aquella entidad, a la que como socio de número o como socio honorario se honraban en pertenecer todos quienes a fines del siglo XIX significaban algo en la cultura navarra, sí han dado su nombre a alguna vía: Juan Iturralde y Suit, Nicasio Landa, Florencio Ansoleaga, Nazario Carriquiri, Serafín Olave, Francisco Navarro Villoslada.

Arturo Campión, una de las principales figuras intelectuales de Navarra en los dos últimos siglos –además de político y conferenciante fue filólogo, historiador y novelista-, tuvo la desgracia de morir en 1937, en plena guerra civil. Un tiempo no muy propicio para que fuese honrada la figura de este insigne fuerista que desde el integrismo se había acercado al nacionalismo vasco, aunque no llegara a militar en ningún partido. Parece ser que poco antes de su muerte alguna propuesta hubo de dedicarle una calle en el Ensanche, que no prosperó. Por su parte, Hermilio de Olóriz, bibliotecario y cronista de la Diputación, laureado poeta autor de un romancero navarro y redactor de las inscripciones que adornan el monumento a los Fueros, murió en 1919; sin militar tampoco en partido alguno, su Cartilla foral fue abundantemente difundida en sus primeros tiempos por el PNV. Las circunstancias de la historia dificultan que estos autores sean hoy objeto de entusiasta reivindicación desde el campo político. Como ha señalado Iñaki Iriarte (Tramas de identidad. Literatura y regionalismo en Navarra 1870-1960) ambos pertenecen a un espacio ideológico ya desaparecido, «un espacio vasquista y españolista, católico a machamartillo y reaccionario». Su doctrina íntegra –defensa de la cultura vasca y hermandad de las cuatro provincias forales dentro de la unidad de España- hoy resulta incómoda a quienes han heredado, con interpretaciones distintas, buena parte de sus argumentos, temas y mitos, tanto a navarristas como a nacionalistas vascos.

Muy ligado a la persona y a la obra de Campión aparece también otro ilustre ausente, Julio Altadill (1858-1935), militar, historiador y geógrafo, nacido en tierras toledanas pero pamplonés de adopción. Junto con Campión y Olóriz fue autor del informe en que se basó la Diputación para diseñar en 1910 la bandera navarra.

En otro campo ideológico nos encontramos a Félix Urabayen (1883-1943) ***, natural de Ulzurrun, escritor destacadísimo en cualquier antología de literatura navarra, ausente también de nuestra toponimia municipal. De ideología radical-socialista, amigo y colaborador de Azaña, su omisión no sorprende mucho. Una buena parte de las calles pamplonesas fueron bautizadas durante el franquismo, y poquísimos «rojos» tuvieron alguna oportunidad. El único caso que recuerdo es el de Serafín Húder, conocido líder republicano que debe su calle en la zona de los doctores de San Jorge a su profesión de médico. Otro ilustre olvidado es el burladés Ambrosio Huici (1879-1973), historiador y arabista, encarcelado durante la postguerra y expulsado de su cátedra de instituto por su supuesta pertenencia a la masonería. A falta de reconocimiento en su tierra –cometió la imprudencia, llevado de su rigor histórico, de desmontar ciertos mitos sobre las Navas de Tolosa y las cadenas del escudo de Navarra- tiene un instituto con su nombre en Valencia, ciudad donde tuvo su residencia muchos años y de la que fue declarado hijo adoptivo.

Aunque pueda parecer paradójico, creo que no muy distinto de los anteriores es el caso de otro pamplonés de obligado reconocimiento en todas las historias de las letras navarras contemporáneas: Ángel Mª Pascual (1911-1947). Su ideología falangista, por mucho que fuera la oficial en los primeros años del régimen, resultó siempre minoritaria en Navarra y no muy bien vista por los que mandaban en esta provincia foral, más escorados hacia el tradicionalismo (por ahí encontramos a los pocos políticos de este siglo que tienen calle: Conde de Rodezno, Joaquín Beúnza, Félix Huarte, o al menos un colegio público: Víctor Pradera).

Sirvan los citados como botón de muestra, no pretendo haber agotado el tema. En los próximos años Pamplona va a ver crecer el número de sus calles y plazas en Mendillorri, Ezkaba, Buztintxuri-Euntzetxiki, Lezkairu… Algunas de ellas podrían ser bautizadas con éstos -y otros- esclarecidos nombres.

 * Arturo Campion también tiene dedicada una calle en Donostia.

** Hermilio Oloriz tiene dedicada una plaza en Auritz

*** El Instituto de Ermitagaina lleva su nombre. Por otra parte, aclarar que si existe en Iruñea, Erripagaina, una calle dedicada a su hermano, maestro y geógrafo, Leoncio Urabayen   ( Notas de V.M. Egia)