Camineros de Navarra. Semblanza de un oficio de pico y pala
CAMINEROS DE NAVARRA. Semblanza de un oficio de pico y pala
Ricardo Gurbindo Gil. Editorial Lamiñarra 2020
Ricardo Gurbindo Gil (Burlada 1970). Licenciado en Historia, especialmente interesado en el estudio del pasado y las costumbres locales. En su localidad ha formado parte del equipo de redacción de la revista en euskara Axular durante los veinte primeros años de la publicación (1997-2007) y también ha colaborado con Al Revés, boletín de información local. En esta misma línea, ha publicado dos libros relacionados con el devenir histórico de su pueblo, Burlada/Burlata 1936. Cien metros de recorrido por la calle Mayor y Burlada/Burlata. Almanaque local. Asimismo, ha realizado trabajos de investigación y divulgación sobre temas etnográficos que han sido publicados en revistas como Anuario de Eusko-Folklore, Antzina, Revista de folklore y Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra. En 2016 se incorporó al Consejo de Redacción de esta última publicación. Recientemente ha publicado el libro Andarines y korrikalaris navarros. El caso de la Comarca de Aralar.
Magnífico trabajo de Ricardo Gurbindo cuyo prólogo he tenido el placer de escribir y transcribo:
Cuando mi buen amigo Ricardo Gurbindo me comentó que estaba realizando un trabajo sobre los peones camineros y el importante papel que han jugado en el mantenimiento de la red de carreteras de Navarra, lo primero que me vino a la mente fue el recuerdo de una aseveración que popularmente se hacía ya hace muchos años, en los sesenta del pasado siglo. Se decía frecuentemente y por gentes de todo tipo y condición que Navarra tenía las mejores carreteras del estado. Y esa aseveración, que algunos pudieran tildar de fanfarronería o de una de las vacuidades a las que algunos políticos de hoy nos tienen acostumbrados, tenía muchos visos de ser cierta. Una vez leído el exhaustivo y magnífico trabajo que nos ocupa entiendo el porqué de la citada afirmación. Todo empezó cuando en el último tercio del siglo XIX se transfirió, desde el gobierno de Madrid al nuestro, todavía reino, el cuidado y mantenimiento de los caminos reales. Pocos años después la Diputación navarra creó el cuerpo de camineros, colectivo de peones y capataces, que a lo largo de los años iban a cuidar con mimo el buen estado de nuestros caminos y carreteras. Hasta entonces los caminos, especialmente los carreteros, se hacían y se mantenían mediante el trabajo vecinal o auzolan de las localidades por los que pasaban.
Ricardo pertenece a esa no demasiado frecuente clase de historiadores más preocupados por la historia contemporánea que por la más antigua y dentro de ella mas de los aspectos sociales que de los políticos. Esa línea de acción la ha plasmado en numerosos trabajos en los que casi siempre el protagonista es la figura del hombre o la mujer del pueblo llano y mucho menos la clase dirigente. Buscando en sus publicaciones una cercanía al lector ha recorrido la historia más reciente de su localidad natal Burlada, la de oficios poco conocidos como la de los fajeros o actividades especiales como la de los korrikalaris. En este caso son los camineros, oficio seguramente muy poco valorado en su tiempo, pero que no cabe duda contribuyó de forma importante al estado y calidad de nuestra red viaria. Cómo accedieron al puesto, sus labores, sus herramientas de trabajo, sus uniformes y sus exiguas pagas son datos que iremos conociendo. Sirvan esas líneas para devolver la dignidad a un trabajo hecho con celo y dedicación. Especialmente emotivas son las páginas que recuerdan la trágica represión que sufrió el colectivo en los oscuros años de guerra y posguerra. Además de conocer el oficio y sus entresijos, también conoceremos como eran sus viviendas, aquellas modestas casas de camineros que jalonaban las carreteras, con su peculiar arquitectura y que la modernidad y el desarrollo terminaron llevando a su abandono. Excepto unas pocas excepciones la gran mayoría fueron destruidas, sin plantearse siquiera su posible reutilización, con lo que ello conlleva de pérdida de patrimonio y memoria histórica. En muchos lugares aún se observan sus solares yermos que nos hablan de que ahí falta algo, paisajes con agujeros negros, como los baches que debían reparar en el asfalto.
Finalmente el autor se adentra en el mundo de la etnografía, que tan bien conoce, utilizando para ello su mejor instrumento, la encuesta o entrevista personal. El delicioso y sentido testimonio de uno de aquellos esforzados trabajadores narrado en primera persona es el magnífico colofón a un gran trabajo, bien documentado y estructurado. Para cualquier sociedad conocer de cerca el relato de su pasado debe contribuir a la construcción de su futuro. Este hermoso libro es una gran aportación para ello.
Víctor Manuel Egia Astibia