Domingo Elizondo y Cajén

Domingo Elizondo y Cajén, fundador y principal valedor de la gran empresa El Irati, nació en Aribe el 14 de noviembre de 1848. A pesar de hacerlo en el seno de una familia moderadamente acomodada, casi adolescente emigró a Buenos Aires, como tantos otros, buscando una vida mejor o al menos diferente a la esperada en su Aezkoa natal. Aunque puede considerarse como un tópico que todos los indianos se hicieran ricos (ya que un alto porcentaje de los emigrados siguieron llevando una existencia humilde y muchos de ellos nunca tuvieron, siquiera, la posibilidad de volver), Domingo tuvo la suerte de ver recompensado su esfuerzo y trabajo con una buena fortuna. Pudo regresar a casa en 1888, poco más de dos décadas después de marchar, con el dinero suficiente para llevar una vida cómoda el resto de su existencia. Sin embargo, valiente y arriesgado decidió invertirlo en el desarrollo de lo que él consideraba lo más querido, los pueblos, bosques y valles del río Irati en cuyas orillas había nacido.
Inicialmente, a su vuelta de Argentina puso una pequeña serrería y una fábrica de aros en el mismo Aribe, cuyas sierras eran movidas por la energía del río mediante un pequeño salto. Tras unos años de estudios, contactos y valoraciones previas inició su plan invirtiendo en la sociedad «Electra-Aoiz», creada en 1902 para la obtención de energía eléctrica generada por la fuerza motriz del río. Poco después promovería y sería el mayor inversor en la sociedad sucesora de la anterior «El Irati, S.A.». Esta englobaría todo lo que suponía su gran proyecto, la explotación de los bosques de Irati y el transporte de la madera por el río hasta Agoitz y desde allí en ferrocarril hasta Iruñea para su venta y distribución; la energía la obtendría en varios saltos en el mismo río, la serrería de Ekai prepararía la madera y finalmente la destilería, también en Ekai transformaría sus desechos en productos químicos de consumo. Una sola empresa con varias facetas, pionera en muchos aspectos, que daría, además, trabajo a muchos habitantes del valle. El motor de la misma, como acertadamente la nombró su promotor y valedor, había de ser el río Irati.

Su padre, Francisco Elizondo Juandeaburre (Hiriberri-Aezkoa,1811-Iruñea, 1875), fue alférez de la compañía de Cuerpos Francos que luchó contra los carlistas entre 1836 y 1839 en Navarra y en 1840 en Cataluña. En 1844 construyó una bonita casa en Aribe en donde se instaló con su esposa Micaela Cajén y en la cual nacería Domingo cuatro años después. Más adelante, en abril de 1873, fue nombrado capitán de la compañía movilizada en su valle natal contra los carlistas y poco después mandó la cuarta de la Guardia Foral de Navarra, con la que participó en numerosos combates por todo el territorio navarro. Hasta su muerte, el 17 de noviembre de 1875, estuvo a las órdenes directas del general Moriones, desempeñando frecuentemente, misiones de confianza. Por su intervención en la toma de Sangüesa el 12 de septiembre de 1874 fue condecorado con la Cruz de primera clase del Mérito Militar.
A partir de la finalización de la primera guerra carlista, en la década de los cuarenta del siglo XIX, se produjo en Navarra, como en otras zonas, un importante flujo migratorio hacia América. Tras la contienda, muchos de nuestros pueblos quedaron en difíciles condiciones socioeconómicas, con muchos núcleos familiares rotos. Además, el cierre o abandono de muchas de las ferrerías de los valles pirenaicos supuso una gran pérdida de empleo en los montes. Esto hizo que muchos jóvenes de la zona partieran en busca de fortuna al otro lado del Atlántico. Por otra parte, desde la Ley Paccionada de 1841, que suponía la pérdida total del régimen foral como último vestigio de nuestra independencia, se instauró en Nafarroa el servicio militar obligatorio. Los jóvenes navarros eran llamados a filas a servir en el ejército español, – al que consideraban ajeno-, con frecuencia muy lejos de la tierra en donde habían nacido y vivido sus primeros años. Desde la conquista de Navarra por Castilla tres siglos atrás, la respuesta a las peticiones de ingreso voluntario en el ejército castellano había sido siempre muy escasa. La imposición del servicio militar obligatorio fue, una vez más, muy impopular y como puede comprobarse en los archivos, los niveles de ausencia por deserción en las llamadas a sorteo de los ayuntamientos eran muy altos. Los ausentes estaban ya en América para cuando se les requería y sus familiares daban la callada por respuesta. Además, algunos de los indianos o “americanos” que volvían al cabo de unos años, lo hacían con bastante dinero e informaban de la abundancia de trabajo y buenos jornales en aquellos lejanos países, lo que suponía un estímulo y acicate para que muchos se animaran. Este importante movimiento migratorio se mantuvo con intensidad hasta bien entrado el siglo XX siendo los países de destino principalmente, Estados Unidos, México y los países del río de la Plata, Argentina y Uruguay.

Aunque no conocemos con certeza cuál de estas fue la razón que le impulsó, Domingo Elizondo, hijo único del militar isabelino, en 1866 y con tan sólo 18 años, partió desde Baiona con rumbo a Argentina sin más equipaje que un pequeño hatillo. Cuentan sus familiares que en el puerto de Baiona se coló en un barco mercante que zarpaba rumbo a ese país, para viajar como polizón. Cuando fue descubierto tuvo que trabajar en las cocinas del barco desplumando pollos durante toda la travesía para poder costearse el billete. Nada más llegar se puso a trabajar en las cercanías del puerto de Buenos Aires como pastor de ovejas para poco después introducirse en el ramo del comercio. Tras trabajar como dependiente en un establecimiento ferretero, su tesón y ganas de triunfo le llevaron a la apertura de su propia ferretería. En la capital argentina había contactado con otros emigrantes aezcoanos como Ciriaco Morea o Francisco Chiquirrin con los que compartía origen, recuerdos, ideología y enseguida sus propias ambiciones.

Con ellos fundó en la Plaza del Once de Buenos Aires la ferretería “El Ciervo”. Dicen que, sin horario establecido, abrían cuando llegaban los primeros clientes y no cerraban hasta no haber atendido al último, quedándose a dormir en jergones debajo del mostrador. Cuando Domingo volvió a Iruñea dejó el comercio en manos de sus asociados (Sociedad Morea, Mendizábal y Compañía) que, tan trabajadores y ambiciosos como él, llegaron a montar sucursales de la próspera ferretería en Paris y Nueva York, lo que les deparó a todos una gran fortuna. A su vuelta, a los 40 años, algunos dicen que, por motivos de salud, se instaló en Pamplona desde donde pensó, creó y pudo llevar a cabo su gran sueño, invirtiendo en ello no solo su dinero, podríamos decir su vida entera.

Contrajo matrimonio con la vasco argentina Graciana Duhalde Lambert (Buenos Aires, 1852-Iruñea, 1891) con la que tuvo dos hijas: Micaela y Graciana Ezequiela ambas nacidas ya en Pamplona, en su domicilio de Navas de Tolosa. Su esposa falleció tras el parto de Graciana el 14 de abril de 1891, quedando viudo con solo 43 años. No volvió a casarse y en la crianza de sus hijas contó con la ayuda de su sobrina carnal Dominica Arregui que había enviudado y a la que trajo a vivir con él, desde Aribe. Sus hijas estudiaron en un colegio de San Sebastián, alternando él su vida entre el propio Donostia, Agoitz, Aribe e Iruñea. Micaela (1888-1943), se casó en 1918 con Fernando Arvizu Aguado (Pamplona, 1890-1930), abogado, antiguo colaborador de El Demócrata Navarro y director después de El Pueblo Navarro, y la menor Graciana Ezequiela (1891-1964), lo hizo con Hilario Etayo Esparza (Sesma, 1881-1971), militar. Este último abandonó, entonces, su carrera militar para ayudar a su suegro en las tareas de dirección de la empresa y a la muerte de Domingo asumió las riendas de la misma.
Desde el punto de vista político era liberal-demócrata y para algunos estaba muy próximo al republicanismo. En marzo de 1915 se presentó a las elecciones para diputado foral, apoyado por conservadores, liberales, republicanos e independientes. Con 300 votos fue elegido diputado foral por el distrito de Agoitz. Apenas dos meses después de tomar posesión, en agosto de 1915, junto con el diputado liberal Pedro Uranga Esnaola, presentó una proposición a sus compañeros para reformar el funcionamiento de la Diputación (reglamento interno, frecuencia de sesiones etc.). Como quiera que dicha reforma no fuera aprobada dimitió. Formó parte desde 1918 de la Comisión formada en Navarra para intensificar el régimen legal del retiro de los obreros que terminó en 1921, con la implantación del seguro obligatorio de vejez. En clara sintonía con la dictadura de Primo de Rivera, en octubre de 1924 ingresó en la Unión Patriótica, pseudopartido único del dictador.
Con el consiguiente sesgo que pueda producir el contar, casi exclusivamente, con informaciones favorables podríamos presumir que Domingo Elizondo fue un hombre querido y apreciado a tenor de los numerosos homenajes recibidos tras la puesta en marcha de su ambicioso proyecto. El primero de ellos organizado por el Ayuntamiento de Agoitz el 16 de abril de 1911 está relatado ampliamente en el Diario de Navarra del día siguiente por el cronista Arako. Se organizó un viaje especial del tranvía, engalanado para la ocasión, en donde el propio Elizondo, muchos de los accionistas de la empresa, las máximas autoridades civiles, militares y eclesiásticas viajaron hasta Ekai, visitando las instalaciones del aserradero y destilería. Continuó el viaje hasta Agoitz en donde varios arcos florales recibieron al convoy. Uno de ellos era de agradecimiento de los propios trabajadores de la empresa y también se hace constar el numeroso público presente a lo largo del recorrido que prorrumpía en vítores y aplausos al homenajeado. Tras un suculento banquete, brindis y discursos, por la tarde se viajó hasta Sangüesa para regresar al atardecer a Pamplona. La crónica del periodista es tan exhaustiva que hasta se apuntan los nombres de las diez bellas agoiscas que sirvieron la comida. Pocos días después, el domingo 30 de abril fue el Ayuntamiento de Zangotza el que organizó un nuevo viaje en el recién inaugurado ferrocarril eléctrico en que nuevamente autoridades civiles, militares y accionistas de la empresa se trasladaron, en un lluvioso día, hasta la que nunca faltó en donde se celebró otro lucido banquete. Tras el mismo, se hicieron los correspondientes brindis y en uno de ellos, el representante de la prensa Sr. Echave de El Pensamiento Navarro destacaba lo valiente de la iniciativa del Sr. Elizondo: refleja un nuevo modo de ser de los nuevos americanos que retornan a la madre patria. Hasta ahora el dinero traído de tierra americana era “muy duro de correa” y no se le exponía a los peligros que toda empresa corre, arriesgando el fruto de 30-35 años de trabajo.
El 28 de marzo de 1915 se le preparó otro festejo en la fonda de Melchor Redín de su pueblo natal de Aribe. Ciento veinticinco comensales se reunieron en un acto sencillo y sin aparatosidad. No hubo discurseo porque los aezcoanos como buenos vascones son parcos en palabras, pródigos en obras narraba el corresponsal del Diario al día siguiente. El 14 de julio de 1922 recibió un gran homenaje en el Grand Hotel de Pamplona. Unos meses antes el escritor y periodista Francisco Grandmontagne y Otaegui, burgalés de origen bearnés y cronista de los emigrantes vascos en Argentina, había escrito y publicado un extenso artículo en el periódico “La Nación” de Buenos Aires glosando la figura del homenajeado. El artículo titulado “Domingo Elizondo, un indiano ejemplar. La gran obra de un navarro” junto con un retrato suyo grabado en acero y más de dos mil firmas de personalidades residentes en Argentina formaron un hermoso álbum con el que los asistentes al acto obsequiaron a Domingo. A la comida se sumaron más de ciento sesenta personas, entre los que figuraban representaciones oficiales, bancarias, industriales, fabriles y de alta significación social. El acto de homenaje fue recogido ampliamente por la prensa local y de Madrid.
En enero de 1925 se publicó un escrito en el periódico de la Unión Obrera en el que se expresaban graves acusaciones en su contra. Rápidamente una carta firmada por la Agrupación de Ferroviarios del Irati, que decía que el citado artículo provenía de la factoría de Ekai, salió en defensa de Elizondo considerando que era injurioso. Solo dos días después 109 empleados de la Sección Aserradero y Destilación se desmarcaron públicamente del escrito anónimo. Los ferroviarios poco después, a través de su presidente F. Sevillano y su secretario Francisco Buj le hicieron entrega, en homenaje, de un álbum con las firmas de todos los asociados, fotos del tranvía e instalaciones del mismo. De esta forma, podríamos afirmar que Elizondo no solo se ganó un reconocido prestigio entre las altas y oficiales esferas, también entre sus empleados y el pueblo llano en general.

El famoso escultor roncalés Fructuoso Orduna, le realizó un busto en bronce, obra con la que participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1924 y que durante años estuvo expuesto en un conocido comercio del Paseo de Sarasate.
En 1928 al cumplir 80 años, fue nombrado por la Diputación Hijo Predilecto de Navarra e Hijo Adoptivo por el Ayuntamiento de Pamplona, en un acto celebrado en el teatro Gayarre, pero, haciendo pública su gran modestia, se negó a aceptar el título de marqués del Irati que le había ofrecido Alfonso XIII. Octogenario y afectado de una intensa sordera, esto no le incapacitaba para estar al frente de las actividades de la empresa viajando poco antes de su muerte a visitar las obras de la presa de Irabia en construcción. Casi sin tiempo de disfrutar de la gran vivienda que le acababa de construir la empresa Erroz y San Martín en el chaflán de las actuales calles Carlos III y Cortes de Navarra, falleció el 13 de octubre de 1929 tras una corta enfermedad. El reconocimiento de la ciudad de Iruñea y de toda Nafarroa se plasmó en una importante manifestación en su traslado al cementerio de Beritxitos, en donde dice el cronista se emplearon, en absoluto, todos los vehículos de caballos o a motor disponibles en Pamplona.
Su mentalidad innovadora, una notable capacidad de riesgo y su acierto a la hora de rodearse de buenos profesionales fueron los principales pilares en los que se apoyó para poder llevar a cabo con éxito el proyecto empresarial, probablemente, más ambicioso de la Navarra de principios del siglo XX.
En Agoitz, en donde había centrado buena parte de su negocio, se le reconoció posteriormente dándole su nombre a una de las principales calles de la ciudad. Sin embargo, en Iruñea a pesar de ser Hijo Adoptivo no hay ningún lugar, ni calle ni placa que lo recuerde como tal. Tampoco hay apenas señales ni rastros de la importante empresa que fundó, ni del tranvía que tantos servicios dio a la población. Personalmente creo que merecería algún tipo de reconocimiento; para ello nunca sería tarde.