Fundición de campanas de Erice. Iruñea
Las campanas instaladas en las iglesias de pueblos y ciudades con sus diferentes tipos de toques, han cumplido durante siglos unas funciones que van más allá de lo meramente religioso. Además de llamada a los distintos cultos eclesiásticos, rosario, misa, ángelus, etc., han anunciado la muerte de los vecinos, señalado determinadas fiestas y tocado a rebato en situaciones extraordinarias, por fuego u otras catástrofes. Es también conocido que las horas del reloj de la localidad, colocado en el campanario de la iglesia o en la casa consistorial, también sonaran mediante una campana conectada a su mecanismo. Desde sus a veces lejanos puntos de labor en que era imposible ver la esfera del reloj del pueblo, labradores, pastores y vecinos en general, se han ayudado del sonido de la campana del reloj del pueblo para saber la hora. No cabe duda que las campanas han sido un importante instrumento de comunicación de las personas desde antaño. Por eso el oficio de campanero es muy antiguo y está presente en cualquier comunidad.

La fundición de campanas situada en el número 71 de la calle de los Descalzos de Iruñea fue fundada a principios del año 1896 por el alavés Isidro Albizu. Parece ser que había aprendido el oficio en varias fundiciones de Francia y ese año decidió instalarse en Pamplona. Así, en abril de ese año se anuncia en la prensa local como fundición de bronce, establecimiento nuevo y único en Pamplona. Aunque pronto se especializó en la fundición de campanas, también moldeaba otros objetos en bronce y cobre, como las placas del Sagrado Corazón que era costumbre colocar en las fachadas de las casas, pidiendo su protección. Hasta entonces era habitual que los fundidores de campanas fueran de alguna forma itinerantes, aprovechando hornos de hierro o de tejerías cercanas para fundir las campanas, allí donde se lo solicitaran. Así, por ejemplo, los campaneros Nicomedes Haro y Teodoro Sierra fundieron en 1896 en la tejería de Etchegoien de Beloso Bajo, una de las campanas de la iglesia de San Lorenzo de Pamplona. Muy poco después, en 1902, se derribó la fachada-torre de dicha iglesia y se construyó la actual, con su nuevo campanario, para el que Isidro Albizu fundió la que creemos fue su primera y gran campana, de 1.800 kilos de peso. Quizás, como es y ha sido costumbre, refundió la anterior, ya deteriorada por el uso, con objeto de aprovechar su material. Poco después, en 1905, hizo otra gran campana para la iglesia de San Cernin de la capital. Al menos hasta 1920 este taller de la calle Descalzos figuró a nombre de Isidro Albizu, que dejó un gran legado de campanas por toda la geografía navarra, fundamentalmente en las iglesias de Pamplona y su cuenca.

Ya en 1922 el taller se anuncia como de Vidal Erice Arraiza, su sucesor, que es quien más fama le dió, y así permaneció hasta los noventa del pasado siglo. La primera campana de la que tengo constancia atribuida a Erice, es una de las de la iglesia de Santiago en Calahorra, en donde figura la marca de Vidal Erice, sucesor de Albizu. Otra existente, ahora como objeto decorativo, en el patio del Palacio Arzobispal de Pamplona, fundida en 1926, figura con la misma marca. A partir de entonces Vidal Erice fundirá o refundirá en su taller cientos de campanas, no solo para las iglesias de Navarra, sino para muchas de la Rioja, Aragón o Cataluña. Se sabe que en el estado español no había más de una docena de fundiciones de campanas y casi con seguridad, la de Erice era la más antigua.
En un catálogo realizado por la asociación de campaneros de la catedral de Valencia (campaners.org), muy probablemente incompleto, ya figuran al menos setenta y cinco campanas con la marca Vidal Erice distribuidas por el norte peninsular, pero el número real será mucho mayor. Algunas de ellas son de gran tamaño, como la de la catedral de Solsona en LLeida fundida en 1940 con un diámetro de 179 cm y unos 3.300 kilos de peso.

Mucho antes, en 1928, había realizado la mayor de las campanas de toda Gipuzkoa, la de la iglesia parroquial de Andoain, de 2.550 kilos de peso. Con frecuencia las campanas eran financiadas por donaciones particulares y en el momento de su instalación alguien ejercía de madrina de la misma, figurando, por eso, su nombre en la inscripción tallada. Así, como curiosidad, en una de las campanas de la iglesia de San Lorenzo de Iruñea de 124 cm de diámetro y 723 kilos de peso, figura la siguiente inscripción: “con motivo de sus bodas de plata matrimoniales 1923-1948 los esposos Don Vidal Erice y Doña Fidela Insausti obsequian a su parroquia de San Lorenzo con la fundición de esta campana en sus talleres. Año 1948. Siendo párroco Don Antonio Ona Echave. Fue madrina Maria Paz de Ciganda Ferrer de Guelbenzu invocando a nuestra señora de Fátima”
La manufactura de una campana es una acción compleja y se necesitan manos expertas, verdaderos conocedores del oficio para realizarlas. En primer lugar, es necesario realizar el molde. Para empezar, se debe hacer en arcilla el llamado molde macho, que dará la forma interna de la campana. Por encima se debe colocar una simulación de la campana deseada, también de arcilla, la “falsa campana”, en la que, además, se hacen las inscripciones y marcas oportunas de autor. Un tercer molde, la hembra, se vuelve a colocar encima de los anteriores, en cuya cara interna quedarán marcadas también las inscripciones realizadas en la “falsa campana”. La elevación de este último molde para poder retirar la campana simulada y su recolocación por encima del macho formará el espacio hueco en donde verter el material fundido. Normalmente las campanas suelen ser de bronce, aleación de cobre con estaño. Lo más habitual es que el bronce fundido en el horno contenga un 80% de cobre y un 20% de estaño. Para que luego el sonido sea más agudo se le puede aumentar un poco la cantidad de estaño. Cuentan que Vidal Erice echaba huesos de animales al horno de fundición, con objeto de que tuviera una pequeña cantidad de fósforo, que aumentaba la calidad de la mezcla. Sin embargo, ocasionalmente algunos fundidores sustituían el estaño por zinc, material muchísimo más barato pero que da peor calidad a la campana. En este sentido, Vidal manifestaba públicamente que nunca había utilizado el zinc para las suyas. El sonido de las campanas es más grave cuanto más grande y de mayor peso sea la pieza. Los badajos normalmente son de hierro dulce y en algunas pequeñas, de madera de olmo o encina. En los años sesenta del pasado siglo una campana costaba unas 170 pesetas por kilo de peso y las más solicitadas estaban entre los 100 y los 250 kilos.
Vidal Erice falleció en 1973 y le sucedió al cargo del taller su hijo Joaquín. Además de fundir o refundir cientos de campanas, idearon un sistema eléctrico, que patentaron como tal, que conectaba los relojes con las campanas para que estas dieran la hora al vecindario.

Como decíamos, el taller de fundición de campanas de Vidal Erice estuvo activo hasta bien avanzado el siglo en la calle Descalzos, muestra tardía de como las primitivas industrias se ubicaban en pleno centro de la ciudad. Años después, las fábricas fueron saliendo a los ensanches, para ya en el último tercio del siglo XX, trasladarse a los grandes y periféricos polígonos industriales. De esta forma hacia 1980 el taller, ya entonces bajo la dirección de Joaquín, se trasladó al polígono de Landaben, en donde además de un horno de carbón instalaron también uno eléctrico. Estuvo en funcionamiento durante algunos años más. Con su cierre desapareció, al menos en nuestro entorno, un viejo oficio, una curiosa y especial actividad industrial que algunas personas todavía tuvimos la suerte de conocer.

