Fundiciones de Bera

Victor Manuel Egia AstibiaArtículo publicado en Diario de Noticias el 25.3.2018

La historia de la industria siderúrgica de Bera, comienza con la construcción del alto horno de Olandia a mediados del siglo XIX. Durante más de ciento cincuenta años ha permanecido activa  con distintas titularidades y diversos orígenes en su capital, desde la primitiva Fábrica de Hierro de Vera e Iraeta, pasando por Fundiciones de Hierro y Fábrica de Aceros del Bidasoa o Fundiciones de Vera hasta la actual Funvera. También su capacidad productiva ha sido irregular, muy influenciada por las guerras y los múltiples conflictos laborales de sus últimas décadas de historia.

Como en otros lugares, la industria del hierro en Euskalherria tuvo su desarrollo en el Medievo a través de las ferrerías hidráulicas, de las que existieron gran cantidad, especialmente en su vertiente atlántica. Una de ellas, la ferrería de Olandia de Bera se encontraba a unos 3 kilómetros del centro urbano en el camino que lleva hasta la localidad de Sara por Lizuniaga. Debido a la escasez de agua de la regata, la ferrería apenas podía trabajar medio año con lo cual la producción tampoco era muy boyante. A principios del siglo XVIII Abraham Darby desarrolló el horno alto en Inglaterra y, aunque tardó bastantes años en llegar a Euskalherria, por su mayor producción enseguida sustituyó y superó al método tradicional basado en la farga catalana. En Navarra los primeros hornos altos conocidos son los de Donamaria, Bertizarana y Orotz Betelu según constata Madoz en su diccionario de 1847. Es conocido también como a partir de la segunda mitad del siglo XIX la industria siderúrgica vasca fue centralizándose cada vez más en las cercanías de Bilbo, en donde el mineral era abundantísimo y la salida del producto final al mercado, especialmente al británico, fácil, al contar con puerto marítimo. Es por eso que la mayoría de las ferrerías navarras fueran mal viviendo hasta llegar a la desaparición de muchas de ellas antes de finalizar el siglo.

Plano de la Herrería de Olandia en 1790. Archivo General de Navarra

Las excepciones eran pocas y una de ellas fue el alto horno construido en Olandia en 1853 capaz de dar comienzo a una industria siderúrgica potente a orillas del Bidasoa, industria que todavía perdura en el siglo XXI. El lugar era adecuado ya que, además de contar con algunas minas de hierro en sus cercanías, la navegabilidad del río Bidasoa hasta casi el mismo núcleo urbano de Bera hacía más fácil el aporte de mineral suplementario desde las minas vizcaínas en los barcos menaqueros o la salida del producto ya manufacturado. Fue la sociedad Arambarri y compañía y su máximo representante el donostiarra José Arambarri el verdadero promotor del alto horno de Olandia. Para ello, en 1852 compró las tres cuartas partes de la ferrería a su entonces dueño el mondragonés Carlos Ascuaga que también tenía en arriendo la cercana ferrería de Etxalar. Inmediatamente contrató para la construcción del horno al vecino de Bera Jose Joaquín de Agesta y a un tal Lambert Donay, de origen belga, para la puesta en marcha del mismo. Pero en poco más de dos años de funcionamiento, Arambarri se endeudó de forma llamativa. Nicolás Soraluce Zubizarreta, comerciante de Donostia, tenía una pequeña industria de chapa en Iraeta cerca de Zestoa  y junto con otros promotores también guipuzcoanos y el comerciante labortano Manuel Blandín, entonces residente en Liverpool, decidieron comprar el alto horno de Bera y fundar en junio de 1857 la sociedad Fábrica de Hierro de Vera e Iraeta. Muy poco después abandonaron las instalaciones de Iraeta y concentraron sus esfuerzos en la que llamaron Fábrica de Hierro del Bidasoa en Bera. Manteniendo el alto horno de Olandia para la producción de lingotes decidieron edificar una nueva factoría para la fabricación de chapa en el límite sur de la población, en el barrio de Agerra a orillas del Bidasoa. Las cosas no fueron muy bien y en tan solo 7 años la sociedad se disolvió y la fábrica cesó su actividad en 1864.

Manuel Blandín Carrere, que había sustituido a Soraluce en la dirección por motivos de salud de este último, terminó comprando todas las instalaciones a los demás socios en 1866. Como único responsable del alto horno, la fábrica de chapas, dos minas y las concesiones de alguna otra, volvió a poner en marcha las instalaciones con éxito. De las minas salían casi diez mil quintales métricos de mena en un trabajo realizado por tan solo ocho operarios. Fueron años de excelente y gran producción sobre todo de lingotes en Olandia, en donde en 1872 se produjeron 7.234 quintales métricos de hierro colado, con exportación a otros países europeos y Estados Unidos. El empleo total sería aquel año de alrededor de setenta trabajadores entre fundidores, mineros y transportistas. Sin embargo, no era tanto el éxito en la recién inaugurada fábrica de chapas de Agerra que apenas funcionó en los primeros diez años dando empleo a solo dos decenas de trabajadores.

Durante la tercera guerra carlista, entre 1873 y 1876 las instalaciones fueron ocupadas por el ejército carlista que las utilizó durante todo ese periodo para la fabricación de balas y obuses para su cada vez más abundante y desarrollado cuerpo de Artillería. El capitán de dicho cuerpo José de Lecea asumió la dirección de la factoría durante esos años. Para alimentar las casi cien “bocas de fuego” del ejército, de hasta 15 calibres distintos, fue tal la cantidad de munición y proyectiles fundidos que hubo de habilitarse en las cercanías un gran almacén que hacía las veces de parque de Artillería. La actividad habitual de la fundición desapareció por completo y aunque a los empleados se les pagaba desde el propio ejército las pérdidas para la sociedad de Blandin fueron grandes. Como curiosidad decir que allí se construyó también, una especie de carro blindado, según los planos del militar azpeitarra Jose Joaquín de Emparan, que se deslizaba sobre seis ruedas utilizando la fuerza motriz de los propios combatientes en su interior, cargados de granadas de mano, botellas de petróleo y estopa, una especie de caballo de Troya que se utilizó, al menos en una ocasión, para la toma de Behobia en octubre de 1874.

Acabada la guerra, Blandín, ya de avanzada edad y previendo una buena coyuntura económica en los años siguientes, promovió en 1881 una nueva sociedad anónima que se hiciera cargo de la fundición. En este caso acudió a la búsqueda de capital a Pamplona en donde encontró la colaboración y el dinero necesario de hasta 42 inversores navarros, entre los que se encontraban Estanislao de Aranzadi, Juan Iturralde y Suit, los hermanos Gaztelu, los Seminario o Pedro Mayo. Manuel Blandín aportó y vendió todas las instalaciones a esta sociedad por un valor de 266.500 pesetas y se retiró. La nueva empresa, con el nombre de Fundiciones de Hierro y Fábrica de Acero del Bidasoa S.A. se iniciaba con un capital social de 1.250.000 pesetas y se dedicaría a la fabricación de hierro laminado y en chapas, acero pudelado y cementado, herramientas y aperos agrícolas. Aunque mantuvo en funcionamiento el alto horno de Olandia hasta al menos 1890 enseguida se dedicó a mejorar las instalaciones de Agerra construyendo un gran horno de 15 toneladas métricas de producción diaria, junto con tres hornos de pudelar, otro de afino, dos turbinas hidráulicas de 150 caballos cada una y otras menores para la máquina soplante y el taller de ajustes. Todas estas nuevas y modernas instalaciones estaban en marcha en 1884.

Cabecera de factura de 1891. Cortesía de H. Astibia

Además se ampliaron las concesiones en las minas de la zona, mejorando el transporte del mineral hasta la fundición mediante la instalación en 1883 de cables aéreos teleféricos desde las minas de Baldrun en Alkaiaga hasta la fábrica, 2.200 metros, y desde la mina La ley hasta Endarlaza. Desde Endarlaza había que transportar el mineral por carretera a la espera de la inauguración del ferrocarril promovido por la sociedad Bidasoa Railway & Mines Cº Ltd. Este pequeño ferrocarril de vía estrecha, se inauguró en 1890 y años más tarde ampliaría su recorrido primero hasta Bera-Alkaiaga y después hasta Elizondo e iba a servir de vía de salida del hierro manufacturado hasta Irun, localidad bien comunicada por tierra y por mar con los destinos finales. Un ramal auxiliar de dicho ferrocarril partiendo de la estación de Bera atravesaba el río Bidasoa para acercarse hasta las naves. Además del carbón vegetal para los altos hornos o los de calcinación, se necesitaba hulla sobre todo para las fraguas. Esta resultaba un 60% más cara ya que necesitaba ser traída desde las minas asturianas por vía marítima hasta Pasaia-Irun y después en carretas o en el ferrocarril, hasta la factoría. Además se utilizaba la energía hidráulica, tomando el agua desde una presa en el Bidasoa, para alimentar 3 turbinas de 250 CV, añadiéndose varias calderas de vapor que se utilizaban durante los meses de estiaje.

Un ramal del ferrocarril del Bidasoa entra en la factoría desde la estación de Bera-Alkaiaga. Fotos: Archivo EuskoTren

La producción de hierro elaborado en lingotes fue creciendo hasta tocar techo en 1897 con una producción de 6.000 toneladas. A partir de ese año la producción fue disminuyendo debido a que se requería un gran consumo de carbón vegetal y los bosques de la zona se iban agotando con la consiguiente dificultad en el aprovisionamiento. Además, la calidad y cantidad del mineral autóctono fue disminuyendo conforme las minas fueron agotándose. Por estas razones, a partir de 1900, la fábrica no trabajó a pleno rendimiento alternándose por semanas o quincenas el funcionamiento de los hornos o de los trenes de laminado. Desde 1907 fue especializándose cada vez más en la fabricación de muelles, dirigidos a la suspensión de los vagones de ferrocarril. Pero el poco peso especifico que la empresa tenía en el Sindicato Siderúrgico que contralaba la producción y los precios del sector, llevaron finalmente a la disolución de la sociedad en 1916. Altadill en su Geografía del País Vasco-Navarro publicada en 1913 se refiere todavía a “Fundiciones de hierros y aceros del Bidasoa” y la describe como una empresa boyante y poderosa. Sus inagotables minas e innumerables lanteguis aportan las primeras materias indispensables, que llegan al punto de transformación por vías Decauvile y cables aéreos; sus altos hornos de variada capacidad productora, sus potentes cilindros y enormes tornos, las grúas y toda la variedad de elementos fabriles que constituyen el maravillosos establecimiento con su consiguiente estrepito ensordecedor, hacen sospechar al instante si se halla en los talleres de Krupp o de Trubia. Termina diciendo que daba empleo a más de 350 trabajadores, pero los recientes trabajos de Erdozain y Mikelarena basados en los censos municipales de Lesaka y Bera de aquellos años nos dan cifras de aproximadamente la mitad de los publicados por Altadill. Seguramente el exagerado patriotismo del autor navarro le llevó a “comparar” la fábrica de Bera con la de Krupp en Essen (Alemania) en la que en aquella época trabajaban más de 17.000 personas.

Pero tan solo un año después de su cierre, aprovechando la favorable coyuntura del mercado durante la primera guerra mundial, llegaron nuevos inversores, con idea de reflotar la fundición, en este caso procedentes la mayor parte de la rica aristocracia vizcaína. El conde Julio Arteche, Victor Chávarri, fundador de La Vizcaya y del ferrocarril Vasco-Asturiano, Alfonso Churruca, Jose Escudero o Daniel Zubimendi, fundaron en 1917 la nueva sociedad Fundiciones de Vera S.A. con un capital social de dos millones de pesetas. Como director gerente se nombró al ingeniero Angel Garín que permanecería en el cargo hasta 1954, triste protagonista siempre en los conflictos laborales de la fundición. El cambio en la titularidad de la empresa no modificó la especialización anterior que terminó orientándose hacia la fabricación de muelles y ballestas pero facilitó mucho el ya entonces pobre abastecimiento de mineral y de combustible. La empresa tuvo una producción ascendente hasta 1930 y los accionistas habían obtenido en dividendos, en tan solo trece años, el doble de lo invertido.

Cabecera de factura de 1941. Cortesía de H. Astibia
El director gerente A. Garín presente incluso en la propaganda de la fundición

Fue precisamente en 1930 cuando se produjo en la fundición de Bera uno de los episodios más llamativos de su historia. Los trabajadores hacían entonces turnos de 10-12 horas, incluso los horneros hacían cada 5 días una jornada de 24 horas. La escasa afiliación a los sindicatos propiciaba esta situación de agravio con los obreros de la siderurgia vizcaína o guipuzcoana en donde ya estaba establecida la jornada de 8 horas. La empresa, a través de su gerente que también estaba enfrentado al ayuntamiento de Bera por motivo de impago de impuestos, tuvo una respuesta muy agresiva ante la reivindicación laboral. Aceptó la jornada de 8 horas pero dividiéndola en dos partes de 4, separadas por otras 4 de libranza. Durante esas horas libres los trabajadores eran obligados a salir de las instalaciones y permanecer a la intemperie. Finalmente se produjo una huelga casi general en junio de 1930 que produjo el cese de la actividad durante cuatro meses, obligando a la empresa a ceder a las reivindicaciones de los obreros. La posterior afiliación masiva a los sindicatos, tuvo como consecuencia la represión sistemática por parte de la dirección que, finalmente, ocasionó múltiples detenciones y varios fusilamientos en el verano de 1936. Los años de la guerra fueron, sin embargo, muy favorables para la empresa, alineada siempre con los sublevados para cuyo ejército trabajó de forma evidente a partir de 1937. No así la inmediata postguerra que fue difícil, tanto por la desorganización del sistema productivo como por la política de intervención del nuevo régimen, especialmente en el abastecimiento de materia prima.

Horno de calcinación en desuso junto a la actual fábrica. Foto: A.Gutierrez

La empresa poco a poco fue recuperándose y a principios de los 70 la producción tuvo sus máximos, ya absolutamente centrada en las ballestas que se exportaban en un 70% a Bélgica, Canadá o EEUU. En 1950 se había construido una potente central hidroeléctrica que multiplicaba la producción energética del antiguo y ya insuficiente salto. Sin embargo, la crisis económica mundial a partir de 1973 llevó a la empresa a ser deficitaria, al cambio de titularidad en la propiedad en varias ocasiones hasta que en 1994 fue comprada por el Gobierno de Navarra para evitar su cierre. Tan solo 6 años después fue recomprada por el grupo Savera, empresa también de Bera dedicada a los ascensores. La trayectoria de Funvera durante los años del presente siglo ha seguido siendo convulsa y envuelta en continuos conflictos, despidos, regulaciones etc. Desde el punto de vista del patrimonio arqueológico industrial apenas quedan restos de muros de la vieja ferrería de Olandia, en las cercanías de las actuales naves un  viejo horno de calcinación conservado por un particular y en el cauce del río algunos restos de las antiguas instalaciones hidráulicas.

 

Bibliografía básica:

  • Arizcun A. (1999) Fundiciones de hierro y fábrica de acero del Bidasoa SA. En Gutierrez I Poch. Doctor Jordi Nadal: La industrializació i el desenvolupament economic d’Espanya. Edit. Universitat de Barcelona

 

  • Erdozain P. y Mikelarena F. (2004) La incidencia de la Fábrica de Fundiciones sobre la estructura socioeconómica beratarra entre 1857 y 1930. Rev. P.de V.nº 232 Iruñea

 

  • Herreras B. (1998) Dos intentos de modernización de la siderurgia vasca: la fundición de Vera de Bidasoa y la fábrica de Iraeta. Rev. Vasconia nº 25 Bilbo

 

  • Gutierrez A. (2015) oroimena.bera.eus/blogspot.