La Fábrica de harinas San Miguel de Etxarri Aranatz
La fábrica de harinas de Etxarri Aranatz se abrió en diciembre de 1935, permaneciendo activa durante cuarenta años hasta mayo de 1976. Podríamos considerar que fue Anizeto Jauregi Mozo su impulsor y fundador, con la importante colaboración de sus hijos José y Gabriel, especialmente este último que, después, fue su titular desde 1950 hasta su cierre en 1976.

Anizeto Jauregi Mozo nació en 1877 en Bakaiku en el seno de una familia de molineros, oficio mantenido por los Jauregi desde varias generaciones atrás, al menos desde principios del siglo XVIII, y que trabajaron en los molinos de Bidania, Aia-Ataun, Urdiain o Arbizu. Su padre Francisco, tras su matrimonio con Magdalena Mozo de Bakaiku se había hecho cargo, en arriendo, del molino de dicha localidad en 1872. Anizeto creció entre harinas en el propio molino y pronto aprendió el oficio que, como heredero de la familia, comenzó a ejercer tras realizar su servicio militar en Barcelona.

Aquellos años de finales de siglo en Bakaiku fueron difíciles para la familia Jauregi cuya ideología vasquista chocaba con la de los dueños del molino, los López de Zubiría, una de las familias fuertes del pueblo. Hasta tal punto fue así que terminaron por obligarles a abandonar el molino, en el cual además de trabajar, residían. El padre se fue a vivir con una de sus hijas ya casada al molino de Etxarri Aranatz en donde, de entrada tuvo que enseñar el oficio de molinero a su yerno. Anizeto, ya casado y con varios hijos pequeños, tuvo que comprar casa en el pueblo, Etxegorri, y buscarse la vida haciendo pan y repartiéndolo casa por casa con un burro. En 1910 se anunció la vacante de molinero del cercano pueblo de Arbizu y Anizeto aceptó el arriendo sin dudarlo. Allí fueron creciendo sus hijos de los cuales, Gabriel y José serían los que aprendieran el oficio de molineros y continuaran la saga.

Gabriel nacido en 1905, estando aun la familia en Bakaiku, pronto destacó en la escuela por su inteligencia y aplicación, por lo que siendo todavía adolescente en 1920 fue enviado a estudiar a la Escuela Profesional Viteri de la localidad de Hernani. Allí tras dos cursos de estudios y con tan solo dieciséis años obtuvo el título de Jefe Técnico de Molinería, además con la calificación de sobresaliente. Tras la realización de su servicio militar ambos hermanos comenzaron a trabajar con su padre en el molino de Arbizu. Este, perteneciente a una sociedad anónima en la que participaban una buena parte de los vecinos del pueblo, fue progresivamente adquiriendo las nuevas técnicas de molido y cernido que desde finales del siglo XIX se estaban imponiendo en la actividad molinera. El conocido como sistema austro húngaro, con sus molinos de cilindros metálicos y los modernos cernedores, plansichters y sasores, y el cambio de modelo económico estaba transformando muchos molinos en verdaderas fábricas de harina. Esta transformación de algunos molinos en fábricas junto con la creación de otras muchas nuevas, conformó una verdadera revolución en el sector de la molinería. Anizeto y sus hijos no estaban dispuestos a perder el tren de ese importante cambio y decidieron crear su propia y nueva fábrica. Gabriel obtuvo en 1935 los diplomas de Contabilidad y Tenedor de Libros, necesarios para llevar todo el peso de la administración de la fábrica, estudios que realizó por correspondencia en una escuela técnica de Sevilla. La fábrica fue diseñada, y su maquinaria vendida, por la casa Morros de Barcelona, establecimiento que ya había montado varias harineras en Navarra. La maquinaria constaba de los aparatos de limpia del trigo en bruto, monitor zigzag, triarbejones, deschinadora, etc., tres molinos de cilindros dobles de 50 cm y de las, entonces sofisticadas, máquinas de cernido, plansichter y sasor. Todo ello quedaba estratégicamente colocado en dos alturas o pisos, de tal forma que el trigo pasara alternativamente por todas las máquinas en un complejo recorrido sube y baja hasta terminar en el producto final, las harinas de diferentes gruesos o calidades y los salvados.

Un motor de 15 HP colocado en un semisótano iba a accionar el eje de donde partían las poleas que moverían todo el conjunto. Con un presupuesto de 66.000 pesetas, un técnico de la casa, Amadeo Wagner, hizo el montaje en un edificio de tres alturas, necesario para la correcta conformación de la maquinaria. El edificio incluía las dos viviendas, separadas de las propias salas fabriles por un muro medianil, viviendas en donde se iban alojar Anizeto, su mujer y las, pronto, familias numerosas de ambos hijos, Gabriel y José. A la harinera se le puso el nombre de San Miguel siguiendo la tradición de poner nombre de santos a las fábricas de harinas y siendo santo muy venerado en Navarra y especialmente en la Sakana. La capacidad de molturación sería, a pleno rendimiento, de seis mil kilos de trigo /día y la fábrica comenzó a hacerlo en diciembre de 1935 con la razón social de “Anizeto Jauregui e hijos. Fábrica de Harinas San Miguel”. La llegada en julio del 36 del golpe militar y la posterior guerra civil paralizaron en gran medida la actividad durante esos primeros años pero pasados estos, la molturación y producción de harinas, harinillas y salvados se normalizó. Podríamos considerar a la fábrica como una empresa familiar, en donde todos sus miembros aportaban su trabajo y tan solo contaba con un empleado a sueldo y ocasionalmente la ayuda y trabajo de otro trabajador temporal. Gabriel y José Jauregi eran los propios molineros, con la inestimable ayuda y experiencia de su padre Anizeto mientras tuvo fuerzas. Los hijos, conforme fueron creciendo, también aportaban su trabajo. En 1950, Anizeto se retiró y cedió la titularidad a su hijo mayor pasando la razón social a ser “Gabriel Jauregui. Fábrica de Harinas San Miguel”. El esfuerzo y trabajo de todos iba a ser capaz de mantener una actividad suficiente para el digno mantenimiento de la numerosa familia Jauregi. Sin embargo, la economía de la pequeña empresa apenas sobrepasó la solvencia. Hay que tener presente que su actividad, como en todas las instalaciones harineras estatales, estaba completamente mediatizada y controlada por el Servicio Nacional del Trigo (SNT). Este había sido creado en 1937 por el gobierno franquista y estuvo vigente hasta muy avanzado el siglo XX, en 1987, cuando el sector se liberalizó. El SNT imponía los precios y lugares donde comprar el trigo y después los precios de venta de las harinas. Controlaba minuciosamente la actividad de las harineras, que debían de hacer declaraciones juradas de toda su actividad comercial y realizaba frecuentes inspecciones a los libros de cuentas o al contador de la actividad del motor que ponía en marcha la maquinaria con objeto de conocer el tiempo trabajado. Gabriel, además de los trabajos propios como molinero, llevaba minuciosamente todas las labores administrativas y contables, libros de cuentas, recibos de compraventa, representación en la asociación de harineros etc etc.

José, y después su sobrino Pablo, hijo de Gabriel, se encargaban del transporte de productos en un camión marca Federal de los que el ejército americano utilizó en la segunda guerra mundial. Estas labores de transporte eran, además, extremadamente duras ya que entonces los sacos de trigo debían pesar exactamente 80 kilos y 100 los de harina y su manejo era prácticamente manual. Hoy día en la mayoría de sectores industriales están prohibidos los sacos de peso superior a 35 kilos. A partir de los años setenta la economía de todo el sector harinero comenzó a tambalearse. La excesiva cantidad de fábricas de pequeñas fábricas, que no podían funcionar a pleno rendimiento y cuya maquinaria iba quedando además obsoleta, terminó llevando a un peligroso desequilibrio entre la oferta y la demanda. Muchas harineras fueron cerrando su actividad de forma voluntaria y finalmente el ministerio estatal de industria decidió la reconversión obligada del sector. Las fábricas que no se modernizaran hasta poder alcanzar unas determinadas cantidades y condiciones de producción serían cerradas, con indemnizaciones casi testimoniales. El 6 de mayo de 1976 se produjo, en concreto, el cierre y achatarramiento de la fábrica de harinas San Miguel de Etxarri Aranatz. El achatarramiento, vocablo algo perverso aunque utilizado oficialmente, consistía en la violenta rotura y destrozo, a golpe de mazo, del eje motor principal y de algunas de las máquinas, efectuado por operarios del ministerio. Ahí terminaba, entre sollozos, la larga trayectoria molinera de la familia Jauregi con dedicación al oficio desde, al menos, mitades del siglo XVIII, generación tras generación.

Años después, las circunstancias familiares hicieron que el edifico de la harinera se derribara con objeto de hacer nuevas viviendas en su solar. Algunos intentos de conservación de la fábrica, por iniciativa propia, al menos como testimonio de una época y de un modo de actividad fabril ya desaparecidos, no llegaron a efecto. Tras el derribo se recogió toda la maquinaria y materiales que conformaban el complejo que quedaron acogidos en depósito en un almacén municipal del vecino Arbizu. La idea inicial era volverlos a montar en una nueva edificación ad hoc, junto con algunas de las piezas del antiguo molino de la localidad para formar con todo, un pequeño museo. Diez años después no se ha dado, todavía, ningún paso en ese sentido. La amplia documentación, libros, recibos, fotografías etc. que Gabriel Jauregi guardó minuciosamente fue recogida, también minuciosamente, por su hija Juana Mari y posteriormente en 2018 entregada en depósito a la sección de Administrativo del Archivo General de Navarra, en donde no sólo queda custodiada, sino también abierta a la labor de investigadores e historiadores en el tema.
Víctor Manuel Egia Astibia
- Mas información en: http://jauregiirinerrota.eus/
- Conferencia presenatción reaizada en Etxarri Aranatz el 13 .3.2019 https://youtu.be/bg7P0upq4e4