La Gran Tejería Mecánica Pamplonesa
El empleo de tejas para cubiertas de casas y otros edificios se atribuye a los griegos, que ya utilizaban placas de cerámica, delgadas y ligeramente curvadas, de ahí el origen de la palabra tejado. En tiempos pasados se han usado también las tablillas de madera, lajas de piedra o pizarra, dependiendo de las zonas, para el mismo fin. Más tarde se generalizó la utilización de la teja de arcilla cocida que es la mejor para aguantar la lluvia y nieve. Además su impermeabilidad mejora con el tiempo al colmatarse sus poros con polvo, musgos etc. “De comprar vieja, compra teja” dice un antiguo dicho alfarero. Aunque hay distintos tipos de teja y también diferentes formas de colocarla, la llamada teja árabe o curva ha sido la más utilizada en nuestro medio. Durante muchos años, la fabricación de teja ha sido habitualmente artesanal, moldeando y cortando la arcilla humedecida manualmente para luego secarla durante horas al sol. Finalmente debe cocerse en pequeños hornos, de la misma forma que los ladrillos y conseguir así su textura e impermeabilidad. Así, en cada pueblo o población había algún artesano que fabricaba las tejas y ladrillos para su uso personal y de sus vecinos cercanos.

No es hasta mediados del siglo XIX con el comienzo del desarrollo industrial, cuando la fabricación de tejas y ladrillos se va concentrando en determinados lugares para poder incrementar la producción e irán apareciendo pequeñas o medianas tejerías especialmente en las grandes poblaciones. También es en esa época cuando se comienza a fabricar la teja plana que al tener una forma más dificultosa para hacerla manualmente va a requerir la utilización de moldes. De esta forma las piezas van a ser todas iguales en tamaño y forma e incluso van a permitir la impresión del fabricante en su parte inferior. En Nafarroa en el último tercio del siglo XIX se fueron creando tejerías industriales en Olite, Tafalla, Alsatsu y también en Iruñea en donde la “Gran Tejería Mecánica Pamplonesa” fue una de las fábricas más importantes que contribuyó al primer desarrollo industrial de la ciudad. Años más tarde ya iniciado el siglo XX se creó la Tejería Mecánica de Industriales en Mendillorri de la que hablaremos en otra ocasión y de la que hoy se conserva únicamente su esbelta chimenea de ladrillo.

El 14 de noviembre de 1881 se constituyó en Pamplona ante el notario Salvador Echaide una sociedad anónima con el nombre de” Gran Tejería Mecánica Pamplonesa”. El objeto principal de la sociedad era la elaboración mecánica de toda clase de tejas, ladrillos, adornos arquitectónicos y demás artículos análogos. El capital inicial fue de 150.0000 pesetas en 300 acciones de 500 pesetas cada una. Sus socios fundadores fueron: Pedro Jose Arraiza, Juan Artola, Joaquin Baleztena, Miguel Cía, Felipe Gaztelu, Juan Iturralde y Suit, Pablo Jaurrieta, Ricardo Lipuzcua, Francisco Seminario y Félix Constantin. Todos eran vecinos de Pamplona excepto Constantin que era bearnés de Tarbes y agente general en Iruñea de la casa de seguros Compañía Francesa del Fénix. A este último se le concedieron quince acciones por los servicios a prestar como director de la fábrica y el Consejo de Administración lo formaron inicialmente los señores Arraiza, Seminario y Cía. Destacar de entre sus fundadores al escritor Juan Iturralde y Suit y algunos otros miembros pertenecientes a la Asociación Euskara.
Casi de inmediato, en enero de 1882, se iniciaron las obras de la fábrica en el término de Euntzetxiki muy cerca de la Estación del Ferrocarril del Norte. Justo al lado se encuentra Buztintxuri que, como bien indica su nombre, era lugar de abundancia en arcilla blanca. Allí en el barrio de la Estación se fueron ubicando las primeras fábricas pamplonesas en lo que podría considerarse como el primer polígono industrial de Pamplona. Esa ubicación fue elegida por la cercanía del ferrocarril que iba a permitir la salida de la producción y en su caso la llegada de materias primas. Además, las ordenanzas militares de la época, la ley de las zonas polémicas, impedían la construcción en las cercanías del recinto amurallado de Iruñea, por motivos de seguridad.

De esta forma, durante el primer semestre del año 1882 se construyeron las naves y demás instalaciones en un solar de 5.800 metros cuadrados, obras realizadas bajo la dirección de Constantin y su ayudante Domingo Dublan. Un ramal de vía férrea que partía de la parte oeste de la Estación del Norte llegaba hasta las instalaciones de la tejería dando servicio al aporte de material y a la salida y distribución de las piezas fabricadas. El 17 de junio se anunció en prensa que las obras estaban a punto, con el horno continuo terminado y se había recibido, ya, la excelente y sofisticada maquinaria del extranjero. Como señalaba la prensa local, la fábrica podría inaugurarse en las próximas semanas y así, los forasteros que visiten Pamplona por San Fermín tendrán ocasión de admirar las obras.
Una vez puesta en marcha, la actividad fue rápidamente in crescendo, a pesar de que, sobre todo en primavera, las persistentes lluvias impedían algunas labores. Para finales del 82 se producían, por ejemplo, más de dos millones de ladrillos/año y ya se repartían dividendos del 6% entre los accionistas. Este porcentaje se iría incrementando en los años siguientes en los que se dobló la producción. Una máquina de vapor de 35 CV imprimía el movimiento a los cilindros trituradores y amasadores hasta dar a la arcilla el punto de homogeneidad necesario. Dos máquinas de moldear transformaban la masa en ladrillos de todos los tamaños y figuras, y una potente prensa de fricción moldeaba las características tejas planas de la empresa.

Estos productos tras pasar por los secaderos se sometían a la cocción en dos grandes hornos continuos. El precio de la teja plana era entonces de veinticinco céntimos por unidad según consta en la factura cobrada al ayuntamiento de Garralda por el suministro de 7.200 unidades para la reconstrucción de sus tejados tras haber sufrido el terrible incendio de 1899. Con las buenas perspectivas de crecimiento, en abril de 1885 y siendo presidente del consejo de administración Martín Sara, se montó un novedoso molino de yeso, molino adquirido por el Sr. Constantin en Paris. La producción de yeso era de 700-800 robos diarios (unos 20.000 kilos) vendiéndose al precio de 0,9 céntimos el saco de cincuenta y tres kilos. La sociedad pasó a llamarse desde entonces “Gran Tejería Mecánica Pamplonesa y Fábrica de Cal y Yeso”. Un taller especial fabricaba los adornos en yeso tan característicos de la arquitectura de la época, tanto de viviendas como de establecimientos comerciales o industriales.
Las dificultades para el desplazamiento de los obreros a su puesto de trabajo obligaban en la época a que sus viviendas estuvieran cerca de las fábricas y era habitual que se construyeran, a cargo de la empresa, en las cercanías viviendas económicas, casas de obreros como así fue en esta tejería en 1884. A veces incluso, cuando las fábricas estaban alejadas de los núcleos urbanos se les dotaba de distintos servicios como comedores, economato, escuela o capilla, constituyendo verdaderos poblados, llamados poblados industriales. Dentro de lo que podría llamarse obra social de la Gran Tejería Mecánica Pamplonesa se realizaban otras acciones como, por ejemplo, ceder la teja gratuitamente para el Asilo del Niño Jesús que ese año había promovido el conde de Ezpeleta.
El 9 de agosto de 1886 se produjo un terrible accidente al desplomarse la nave sur, gran edificio de ochenta metros de largo por doce de ancho y que servía como secadero. En el momento del derrumbe, las 8,45 de la mañana, cinco obreros se encontraban colocando ladrillos en los estantes, tres de los cuales fallecieron en el acto y los otros dos quedaron gravemente heridos. El accidente fue achacado a problemas en la construcción de la nave.

Veinticinco años después de su fundación, según relata la revista La Avalancha de 1909, la empresa había cambiado de cargos y el consejo de administración lo formaban los señores Juan San Julián, Vicente Lipúzcoa y Francisco Usechi, siendo director gerente Joaquín Garjón, administrador Bibiano Cía y contable Blas García. El capital social se había cuadruplicado siendo de 600.000 pesetas, en mil acciones de 500 pesetas y la producción anual llegaba a los seis millones de unidades de diferentes productos, ladrillos ordinarios de varios tamaños, en colores blanco y rojo, tejas planas y curvas en ambos colores, adornos de arquitectura en yeso y arcilla o baldosas de barro y cemento. Es de hacer notar que dependiendo del color de la propia arcilla las tejas y ladrillos son más amarillentos o más rojizos, aunque también se le pueden añadir colorantes para conseguir el color deseado. Además, la arcilla caolinítica con alto contenido en alúmina sirve para hacer ladrillo refractario resistente al calor, tan necesariamente utilizado en hornos y chimeneas.
El edificio constaba de un cuerpo principal, donde estaba la maquinaria movida ahora por la recién llegada electricidad , electricidad suministrada por la nueva sociedad «Aguas de Arteta» desde su salto y central de Egillor. Dentro de ese edificio central estaban los dos hornos continuos sistema «Simón». Además, poseía dos series de secaderos a ambos lados del cuerpo principal y, detrás de éste, varios cubiertos destinados al invernaje de las arcillas. Poseía también la sociedad vastos terrenos donde se hacía la extracción de la arcilla necesaria para la fabricación del ladrillo y teja, cuya extensión total excedía las cien robadas. En la factoría se empleaban, en la época, entre fijos y temporeros entre de ochenta y cien obreros .

El reputado autor Altadill en su Geografía del País Vasco-Navarro decía en 1913, que la capacidad productora se calculaba en 29.000 toneladas anuales constituidas principalmente por ladrillo adoquín, ladrillo hueco en sus varias modalidades, tejas planas y árabes, tuberías, molduras, canales, columnas y otras piezas ornamentales. Estos materiales surtían no sólo a Navarra sino que muchos de ellos iban a los mercados de Vitoria o Logroño. En palabras del autor, contaba la fábrica con poderosas máquinas para molturación y amasijo de arcillas, motores de vapor y eléctricos, varias prensas, dos series de hornos de caldeo, amplísimos secaderos y demás accesorios, ocupando diariamente a 130 hombres de promedio.

La Gran Tejería Mecánica Pamplonesa siguió funcionando, como tal, hasta los años setenta del siglo XX. Como testigos de su actividad, en la actualidad siguen existiendo muchos edificios industriales y viviendas con teja plana fabricados en ella, especialmente en todo el valle del Irati y Aezkoa, aunque también en otros lugares de Nafarroa.
Víctor Manuel Egia Astibia Reportaje publicado en Diario de Noticias el 25.1.2015