La Regional y La Râperie. Las azucareras de Cortes.
En los primeros años del siglo XX la naciente industria de producción de azúcar de remolacha y caña se había desarrollado de tal forma que en el estado había casi ochenta fábricas azucareras. Los cultivos remolacheros proliferaban sin límites, los precios pagados por las industrias eran incontrolados lo mismo que la propia producción del azúcar en las fábricas. Con objeto de regularizar el sector se creó en 1903 un trust azucarero que tratase de equilibrar el mercado y racionalizara la producción. Así nació la Sociedad General Azucarera de España (SGAE) que agrupó a la gran mayoría de fábricas, incluyendo las recientemente creadas en Navarra, la de Marcilla y la de Tudela. A su vez el Estado apoyando el trust promulgó la llamada ley de Osma en 1907 por la que, entre otras limitaciones, se prohibía la creación de nuevas factorías productoras. Sin embargo, la presión de las pocas factorías que no se habían integrado en la SGAE y la de los propios agricultores remolacheros hizo que tan solo cuatro años después, la citada ley de Osma fuera derogada. Tras la derogación, ese mismo año de 1911 surgieron otros dos consorcios de fabricantes, la Compañía de Industrias Agrícolas S.A. (CIA) a la que pronto se uniría la fábrica de Tudela y por otro lado la Compañía Azucarera del Ebro. Esta última con accionariado mayoritariamente aragonés iba a dedicar gran parte de su capital inicial a la construcción de la gran azucarera de Luceni en Zaragoza. La competencia en el llamado Triángulo del Azúcar, Aragón, Navarra y Rioja era feroz. Dos de los mayores accionistas de la Compañía del Ebro eran navarros, Cecilio Azcárate Lana de Pamplona y Domingo Agudo Setuain de Burlada y en 1916 compraron un terreno en la localidad de Cortes, próximo a la estación del ferrocarril con la intención de montar una nueva fábrica azucarera.

El peso específico de los inversores navarros y las ventajas que suponía la específica fiscalidad derivada del Convenio de la Diputación con el Estado no solo empujaron adelante el proyecto, sino que incluso la compañía cambió años después, en 1923, la sede social a la capital Iruñea, plaza del Consejo 2. La competencia entre las compañías azucareras era superlativa, hasta tal punto que se produjo el despropósito de que, poco antes, la SGAE decidiera montar también su fábrica, otra más, en el mismo Cortes, la llamada La Râperie.
La fábrica “La Regional” de la compañía EBRO comenzó a molturar en la campaña 1920-21, con una capacidad de molienda de 400 toneladas diarias, aunque las dos siguientes campañas no pudo trabajar por distintos motivos. Su pico máximo de actividad fue en 1924-25 en que tuvo su mayor molturación, 46.399 toneladas de remolacha y su mayor producción de azúcar 5.667 toneladas. A partir de ese año las cifras fueron siempre a menos. Se sabe que en 1926 el valor catastral del inmueble alcanzaba las novecientas mil pesetas. El director de la factoría era el alemán Willy Adolf Schlidt-Florstedt con un sueldo anual de 12.000 pesetas anuales. Los obreros contaban con una asociación profesional y de seguros mutuos que les aseguraba la cobertura médica y subsidio por incapacidad en caso de enfermedad. En 1933 se celebró, a nivel estatal, la llamada Conferencia del Azúcar en un nuevo intento de regularizar el sector y la consecuencia para La Regional fue nefasta siendo ese su último año de actividad como tal azucarera.
En 1937 el ejercito golpista se apoderó de la fábrica con objeto de dedicarla al Servicio de Guerra Química, actividad que en mayor o menor medida duró hasta 1948. A partir de 1952 la compañía del Ebro inició los trabajos para reconvertir la vieja azucarera en fábrica de ácido cítrico del que ya en 1960 se obtenía una cantidad de mil trescientas toneladas anuales. El ácido cítrico industrial, de múltiples usos en productos alimenticios o de limpieza, se obtiene del cultivo en grandes fermentadores metálicos del hongo Aspergillus Niger capaz de acumular grandes cantidades del ácido. Ya en 1970 se amplió la producción al ácido cítrico anhidro y poco después al citrato trisódico utilizado como conservante.

En 1991, y a consecuencia de la fusión de las compañías EBRO y CIA y su reestructuración, la planta de Cortes se cerró definitivamente. Con la llegada del siglo XXI se destruyeron todas las instalaciones, se desescombró y construyó una gran agrupación de viviendas unifamiliares. Se conservó tan solo un trozo de una chimenea de ladrillo que, aunque capada y descontextualizada, forma parte de la memoria industrial de Cortes y la factoría que hubo en el lugar.
Pero volvamos a 1917 en que, cuando la Azucarera del Ebro estaba construyendo La Regional, la SGAE decidió competir con ella y montar otra planta azucarera en el mismo Cortes. Como decíamos, con lo que parecía un despropósito producto de la desaforada competitividad, nació La Râperie. Como su nombre francés lo define, la fábrica se hizo tan solo para molturar la remolacha y obtener así su jugo sin llegar a la obtención del producto final, el azúcar. De esta forma se iba a comportar como fábrica auxiliar de la verdadera azucarera que la SGAE tenía en Alagón. El producto líquido obtenido en La Râperie de Cortes junto con el obtenido en otra planta similar en la localidad aragonesa de Gallur iba a requerir su conducción por una tubería hasta la Central Azucarera de Alagón. El llamado “jugoducto” que resultaba muy innovador en el momento, planteó, sin embargo, muchos problemas de mantenimiento ya que su larga distancia, 34 kilómetros, hacía que el jugo se enfriara y terminara cristalizando con la consiguiente obstrucción del mismo. La fábrica contaba con una gran báscula de recepción de remolacha, varios silos de almacenamiento, 14 difusores con una capacidad de 45.000 litros y particularmente las bombas de impulsión del líquido obtenido hacia el jugoducto. Contaba además con un grupo generador de energía, lo que denominaban entonces fábrica de electricidad, para el alumbrado y movimiento de los difusores y demás maquinaria. A efectos fiscales el valor catastral de la fábrica era de 128.685 pesetas y también se producían dificultades tributarias derivadas de la ubicación de la fábrica en Navarra cuando su titularidad era aragonesa. Aunque la Raperie tuviera una gran capacidad de molturación, de unas 15 mil toneladas por campaña, las dificultades referidas hicieron que solamente funcionara durante 3 años dejando de molturar tras la campaña de 1922. En ella llegaron a trabajar unos 150 trabajadores. Sus instalaciones, abandonadas siguieron siendo de propiedad de la SGAE hasta el año 1968 en que sus casi 25 mil metros cuadrados fueron vendidos a un particular, Pedro López Belástegui por 650.000 pesetas.

Ya se ha comentado en páginas anteriores la importante relación entre la producción remolachera y el transporte ferroviario. Cortes, además de contar con estación de la línea Zaragoza-Castejón-Alsasua del ferrocarril del Norte, contaba desde 1889 con un ferrocarril de vía estrecha, que unía la localidad con Borja en la provincia de Zaragoza. En sus primeros años fundamentalmente se transportaba en él la producción vinícola, pero tras la crisis de la filoxera y el importante auge del cultivo de remolacha en la zona fue el transporte de la misma el protagonista de dicha línea ferrocarril. También tenía utilidad, aunque secundaria, como trasporte de pasajeros.

El tren debía ascender algo más de 170 metros en sus escasos 17 kilómetros de recorrido entre Cortes y Borja y contaba con 6 estaciones y/o apeaderos entre ambas localidades. Famoso por su lentitud, ya que tardaba alrededor de una hora en recorrer esa distancia parando en todos los apeaderos, su historia está plagada de anécdotas jocosas en las que los viajeros se apeaban a hacer sus necesidades o coger algo de fruta y alcanzaban después al convoy sin problemas. Además de las clásicas máquinas de vapor durante algún tiempo se empleó para su tracción un autobús de viajeros con motor de gasolina y adaptado con ruedas de ferrocarril, el llamado “tractocarril”. Como otros ferrocarriles de vía estrecha sucumbió al auge del transporte por carretera y el año 1955 hizo su último viaje.
Así como La Regional desapareció por completo, las ruinas de La Râperie siguen estando en pie a las afueras de Cortes, junto al Canal Imperial. Aun se anuncian en las redes ofertando su venta, considerándolas como ideales para su rehabilitación y dedicación a usos dotacionales en lo que podría ser un buen ejemplo de reutilización y valorización de restos industriales. En cualquier caso, son iniciativas particulares, no institucionales. Hoy día, las protagonistas en La Râperie son las cigüeñas que, utilizan sus muros para instalar en lo alto decenas de nidos. Al fin y al cabo, no deja de ser una hermosa forma de re-utilización.