Las chimeneas de ladrillo
- Victor Manuel Egia Astibia. Artículo extraído del libro El Patrimonio Industrial en Navarra. Edit.Nabarralde. 2016
El paisaje, tantas veces representado e inmortalizado mediante las artes plásticas, fotografía o pintura, es sin embargo un concepto dinámico. No sólo la acción del hombre sino la de otros muchos fenómenos, geológicos o climáticos, han sido capaces a lo largo de los siglos de hacer cambios sustanciales en un determinado paisaje. Una de las características más importantes de la revolución industrial y con ella la incorporación de tecnologías novedosas fue el impacto que esta tuvo sobre el territorio, configurando un nuevo tipo de paisaje, el paisaje industrial. A través de la construcción de diferentes infraestructuras, las propias fábricas y sus distintos elementos estructurales, o las creadas para el aprovechamiento de distintos elementos o recursos naturales, se ha ido generando un paisaje cambiante, distinto al previo.
Entre los elementos más destacados de estos “nuevos” paisajes industriales está la chimenea. Durante muchos años la chimenea ha sido un elemento indispensable en una gran mayoría de los conjuntos fabriles, en relación con su propia función, la expulsión de humos, vapores u otros elementos gaseosos al exterior de la fábrica. En un principio fue símbolo del desarrollo industrial y las chimeneas humeantes junto con los ferrocarriles son los dos elementos más constantes en toda la iconografía industrial. A pesar de que a partir de la segunda mitad del siglo XX, con la aparición de los movimientos de defensa de la naturaleza o el medioambiente, la chimenea ha tenido connotaciones negativas como hito y muestra de la contaminación producida por el hombre, no cabe duda que ha terminado siendo el elemento simbólico más representativo del hecho industrial.

Además, debido a su altura, son elementos de gran potencia visual que por ello han sido utilizadas, desde la lejanía, como puntos referenciales de un determinado lugar. También, especialmente las construidas en ladrillo, ya sean cilíndricas, cuadradas, octogonales o incluso espirales, mantienen una estética y un estilo constructivo bastante uniforme y desde luego, para muchos, no exenta de belleza. Hoy día que tanto se habla de la reutilización para otros usos de edificios y construcciones, industriales o de otros tipos, las chimeneas tienen la pega de que difícilmente pueden reutilizarse para ninguna otra función que para la que fueron concebidas. A pesar del importante desarrollo del estudio y defensa del patrimonio industrial de los últimos años, es todavía frecuente, casi la norma, el derribo de cientos de edificios industriales, algunos reutilizables, otros susceptibles de conservación por su valor arquitectónico, estético o simbólico. Sin embargo, también sigue siendo bastante habitual la conservación casi exclusiva de la chimenea del conjunto fabril afectado. A pesar de que casi nunca esté contemplado de forma específica en las distintas legislaciones al respecto, su valor simbólico termina ganando la partida. De esta forma, muchas chimeneas se conservan como elementos únicos, descontextualizados en el tiempo y en el espacio, y con demasiada frecuencia ni siquiera planteando una mínima información del cuando y el porqué de su existencia. Pongamos algunos ejemplos, haciendo un somero recorrido por nuestro territorio.

En la primavera de 1914 se puso en marcha en el término de Mendillorri, junto a la Fuente de la Teja, una nueva tejería mecánica. Con el proyecto de derribo del frente sur de la muralla de Iruñea y la creación del segundo ensanche, las necesidades de ladrillo y de teja, hasta entonces cubiertas por la Gran Tejería Mecánica Pamplonesa de Buztintxuri, se iban a multiplicar. De esta forma en el año 1912 se iba a formar la sociedad anónima Nueva Tejería Mecánica de Industriales cuyo consejo de administración iba a quedar presidido por Andrés Gorricho y que construyó una planta para la fabricación de tejas y ladrillos en terrenos del valle de Egues cercanos al caserío de Mendillorri y a los depósitos de agua para el suministro de la capital. En sus últimos años de producción se denominó Tejería Mecánica de Jesús Segura e hijos SRC, estando activa hasta mitades de los años setenta del siglo XX. La creación de la gran urbanización de Mendillorri iniciada poco después, urbanización que terminaría adscribiéndose al término municipal de Iruñea, acabó con las pocas instalaciones industriales de la zona, la fundición y taller de maquinaria agrícola de Astibia, los almacenes de Ochoa Lacar y la propia tejería fueron derribados entre 1980 y 1990. El terreno que había pertenecido a la tejería fue adquirido por la Diputación de Navarra para la realización de la nueva Escuela de Magisterio. Esta finalmente no llegó a construirse y un decreto foral salvó a la chimenea del derribo. En la actualidad la misma se yergue solitaria en un espacio verde entre varias rotondas de acceso a la citada urbanización. Excepto las siglas N.T.M. y la fecha de 1914 realizadas en ladrillo claro que resaltan en su parte superior ningún otro tipo de información señala su pasado e historia.

En la cercana localidad de Noain se da otro caso curioso. En 1940 los hermanos valencianos Juan Bautista y Miguel Mocholí instalaron en la citada localidad junto a la Estación de Mercancías de Renfe una fábrica de mueble curvo valenciano especialmente dedicada a las sillas de haya. Durante muchos años referencia en Navarra para la adquisición del imprescindible elemento mobiliario la fábrica de Mocholí funcionó hasta los años ochenta. Tras ser derribada, en sus terrenos y aledaños se construyó un polígono industrial dependiente del Ayuntamiento de Noain hoy llamado Polígono Mocholí. Una buena parte de su superficie lo ocupa el Centro Europeo de Empresas e Innovación que entre sus instalaciones cuenta con locales que alquila a distintas empresas. Englobada literalmente por esas naves, surge fantasmagórica entre sus tejados la bonita chimenea octogonal de la antigua fábrica de sillas.

El comienzo del siglo XX trajo consigo a Navarra la industria de la producción de azúcar de remolacha con la fundación en 1900, casi simultánea, de las azucareras “La Concepción” de Marcilla y la de Tudela. La azucarera de Marcilla, es la más antigua y probablemente la más conocida de las cinco existentes a lo largo de los casi ochenta años que duró el extenso cultivo de remolacha y la producción de azúcar a partir de ella, en nuestra comunidad; también fue la que mas sobrevivió, hasta el año 1979 en que tuvo que cerrar, a consecuencia de la centralización del sector en otros lugares de la península. Los edificios de la factoría de Marcilla, con amplia presencia del ladrillo y toques mudéjares en vanos y aleros, constituían una hermosa y clara muestra de la arquitectura industrial de comienzos del siglo pasado. La azucarera marcillesa, además de ser un verdadero hito en el desarrollo industrial de Navarra, había constituido un verdadero icono de la lucha reivindicativa obrera desde los difíciles años treinta y cuarenta del pasado siglo. Poco después de su cierre el ayuntamiento de la localidad decidió la compra de los terrenos para instalar en ellos un polígono industrial que acogiera las, que entonces parecían, perentorias necesidades de desarrollo industrial. De esta forma en marzo de 2002 se derribaron prácticamente todos los edificios de la azucarera. Quedaron en pie la chimenea, las casas de los obreros que aun constituían un importante barrio de la localidad y la casa del director que poco después se transformaría en establecimiento hostelero. Curiosamente, nueve meses después del derribo, se hacía pública la Estrategia Territorial de Navarra en donde se aludía a lugares que, siguiendo dictámenes de la Unesco, debían formar parte de los denominados Paisajes Culturales. Entre ellos se encontraba la Azucarera de Marcilla. El Departamento de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio del Gobierno de Navarra, que meses antes había autorizado el derribo de la factoría, era el autor de la citada Estrategia. Finalmente, por razones no claras, el aludido polígono industrial no llegó nunca a realizarse, el barrio de viviendas está casi deshabitado y el hotelito “con encanto” de la casa del director, cerrado. En medio de un yermo y desolador paisaje de escombros y hierbajos, surge solitaria y silenciosa la preciosa chimenea, la más alta y una de las más antiguas de las que aún se conservan en la comunidad.De la misma forma, sólo dos de las cuatro chimeneas que llegó a tener la otra gran azucarera, la de Tudela, permanecen inhiestas entre las viviendas, calles y jardines de un convencional grupo de adosados que recibe el nombre de Urbanización La Azucarera.

Los ejemplos son muchos más, Atarrabia, Olite etc. y no me extenderé más pero creo que el ejemplo más importante de la más absoluta descontextualización en la conservación de un elemento industrial, es la chimenea de la industria conservera de Muerza en pleno centro urbano de la localidad ribera de San Adrián. Como se observa en la fotografía, el edificio de viviendas de nueva construcción ha requerido un retranqueo curvo para poder mantener la chimenea.