Las Escuelas Profesionales Salesianas de Iruñea

Victor Manuel Egia Astibia

Artículo publicado en Diario de Noticias el 26.11.2017

La llamada arqueología industrial, como disciplina de estudio, nació a mediados del siglo pasado en Inglaterra. Inicialmente se trataba de estudiar y valorar los restos de edificios y fábricas provenientes de la revolución industrial que también había tenido sus inicios allí, casi dos siglos antes. Al principio solo interesaban los propios edificios o instalaciones industriales, pero conforme la ciencia de la arqueología industrial se fue desarrollando y extendiendo por otros lugares, el concepto se fue ampliando. Siguiendo la corriente francesa de Louis Bergeron, se comenzó a valorar no solo el propio edificio o continente, sino también el contenido, la maquinaria, documentación, formas y modos de producción, y, también, los aspectos inmateriales, testimonios, historia etc. De esta forma surgió el concepto de patrimonio industrial que, sin sustituir exactamente al de arqueología, lo complementa y matiza. Tomando como referencia esa, hoy en día, mucho más amplia acepción del concepto podríamos, al menos desde el punto de vista de catalogación y clasificación, enmarcar también a las escuelas profesionales y de oficios, dentro del apartado del patrimonio considerado como industrial.

El primitivo edificio de la escuela en 1927 Foto: Asociación Antiguos Alumnos

Y así lo haré con las Escuelas Profesionales Salesianas que desde hace casi cien años desarrollan su actividad docente y formativa en el ensanche de Iruñea. Hoy, debido a su traslado a Sarriguren con la operación urbanística e inmobiliaria que conlleva, que incluye su derribo total, Salesianos está de rabiosa actualidad, con división de opiniones en los medios de comunicación, en las entidades y administraciones implicadas y en la propia sociedad pamplonesa. Antes de nada, daremos unas pinceladas de su gestación, inicios y trayectoria histórica.

Retrato de Antonio Aróstegui Foto: Garralda 1898-1980

Antonio Aróstegui Goyeneche nació en Aribe el 10 de junio de 1843 en una humilde familia, encargada de la guarda y mantenimiento de la esclusa que servía para el control del transporte de madera por el rio Irati. Como tantos otros, siendo muy joven emigró a la lejana Argentina en donde, con gran esfuerzo, en pocos años hizo una gran fortuna. Allí en Buenos Aires, como es lógico, tenía un contacto directo con otros aezcoanos emigrados, con su paisano Domingo Elizondo, fundador de El Irati, con Ciriaco Morea o Francisco Chiquirrín de Garaioa. Era costumbre bastante generalizada que aquellos adinerados indianos contribuyeran al desarrollo de sus pueblos o ciudades de origen aportando su “plata” para la construcción de escuelas, iglesias, traídas de aguas o fuentes. En este sentido, el terrible incendio que sufrió la localidad de Garralda en 1898 y que destruyó el 90% de sus casas dio pie a la actuación desinteresada de algunos de estos. De esta forma, fueron aquellos aezcoanos afincados en Argentina quienes abrieron rápidamente una suscripción para aportar dinero en la reconstrucción del pueblo. Domingo Elizondo hizo una importante contribución específica para retejar las casas de Garralda con teja plana de arcilla y que hasta entonces eran habitualmente de tablilla (oholak), lo que favorecía la posibilidad de incendios en las mismas. Tras Elizondo, Antonio Aróstegui contribuyó con la construcción de una fuente pública y un lavadero. Ambos aunque naturales de Aribe fueron, por sus obras benéficas declarados hijos predilectos de Garralda en 1904. Aróstegui continuó años después su contribución al desarrollo de la localidad con la construcción de la escuela y la iglesia.

En 1859 el sacerdote piamontés Giovanni Bosco, más conocido después como Don Bosco, había fundado la congregación Salesiana. Huérfano desde los dos años, conocía muy de cerca las miserias y el abandono a su suerte de muchos niños y jóvenes turineses. Es por eso por lo que el objeto principal de la orden religiosa que fundó, fuera trabajar en la educación y la formación de adolescentes y jóvenes, especialmente de los más desfavorecidos. Sus instituciones educativas rápidamente se extendieron por la Europa mediterránea pero también, desde su inicio, por el cono sur sudamericano en donde la emigración piamontesa era muy importante. En el barrio Almagro de Buenos Aires se fundó en 1878 una de estas escuelas, la Casa Salesiana de Pio IX. Ciriaco Morea había aportado una buena parte de su capital para la creación y el mantenimiento de esa gran escuela de formación profesional. Uno de sus alumnos notorios fue, en los primeros años del siglo XX, el afamado cantante Carlos Gardel. El 19 de marzo de 1920, con motivo de una celebración en dicho centro salesiano bonaerense, Morea invitó a su paisano Aróstegui a visitarlo. Antonio que, como decíamos, ya contaba con una buena fortuna, quedó encantado con la visita y dijo: “esto lo quiero yo para Pamplona”. Sin dudarlo demasiado, decidió aportar un millón de pesetas para la creación de una escuela salesiana en Navarra. Ya unos años antes, en julio de 1913 durante la celebración en Iruñea, de una importante reunión anual de sociólogos, la VI Semana Social, el salesiano Rodolfo Fierro había pronunciado una magnífica conferencia explicando el proyecto social de su congregación, quedando el público encantado de sus palabras. Al acabar, muchos asistentes, miembros de la oligarquía dominante navarra, le solicitaron públicamente su establecimiento en la capital. Ya ese mismo año habían establecido un Oratorio Festivo en Estella y poco después en 1915 lo hicieron en Corella.

Emilia Aróstegui y José Manuel Zubizarreta Foto: pepemilia.blogspot.com

Antonio Aróstegui quiso, rápidamente, poner en marcha su sueño pero, por desgracia, su viaje hacia Pamplona con dicha intención terminó en Madrid en donde, el último día de 1920, falleció de forma repentina a los 77 años. Aunque murió sin testar, quizás consciente de lo que podía sucederle, había dado las instrucciones oportunas a sus herederos, en concreto a su hija Amelia Aróstegui y a su esposo el ataundarra, también establecido en Argentina, José Manuel Zubizarreta. Y fueron estos los que tomaron la iniciativa y se pusieron rápidamente en contacto con los salesianos, en concreto con el entonces inspector de la llamada Provincia Céltica, para iniciar los trámites oportunos para la creación de un centro de esas características en Iruñea, como había sido el deseo del aribetarra. Para poder hacer la donación hubo de crearse la Fundación Aróstegui que iba a marcar las pautas y obligaciones de la nueva institución educativa. El comienzo de la tercera década del siglo XX estuvo marcado por el reciente y deseado derribo del frente sur de las murallas de la ciudad que iba a suponer su apertura con la creación del ansiado II Ensanche. Es allí donde los Salesianos compraron en subasta la parcela, la doble manzana, que ocupan en la actualidad por un precio de 299.000 pesetas. Con el resto, hasta el millón, se costeó la construcción del edificio principal de las que iban a nombrarse “Escuelas Profesionales Salesianas de Mª Auxiliadora-Fundación Aróstegui”. Las obras comenzaron en junio de 1922 y tuvieron que paralizarse cuando se acabó el dinero. El entonces responsable de la congregación salesiana en Pamplona auspició una nueva colecta entre los indianos navarros de Argentina consiguiendo hasta medio millón más. Pero el mobiliario y la maquinaria apropiada iban a costar casi otro millón de pesetas, que en este caso tuvo que aportar la propia congregación. También el  ayuntamiento de la capital tuvo su pequeña aportación ya que, para la celebración en julio de 1926, de la importante Exposición de Agricultura e Industria en los patios de la nueva instalación procedió al arreglo del firme y asfaltado de toda la manzana.

La localización de la escuela en el ensanche en 1929

Finalizadas las obras, con un coste final de dos millones y medio, pudo iniciarse el primer curso el uno de septiembre de 1927 con 28 alumnos en Mecánica y 12 en las clases de Arte de la Madera. Se había montado también un taller de zapatería pero hubo que cerrarlo por falta de alumnos. En el curso 28-29 los alumnos ya eran 75, de ellos 45 internos, aunque las dificultades económicas eran tan grandes, que ponían en duda la viabilidad del proyecto. Sin embargo, con el paso de los años, el centro se fue consolidando y la cifra de alumnos creció rápidamente, se estabilizó en alrededor de 400, la mitad de ellos en régimen de internado.  Como se había establecido en la escritura de la fundación, cada año el propio colegio debía costear el internado de dos alumnos de Aribe y otros dos de Garralda que no contaran con medios para hacerlo. En aquellos primeros cursos se impartían las especialidades de carpintería, mecánica y sastrería. En 1938 se incorporaron las artes gráficas y algunos años después, las especialidades de delineación, electricidad, electrónica y los estudios de administración. Desde su creación la dirección del centro había acordado con la Diputación de Navarra que el centro tuviera siempre un carácter de escuela profesional, como así ha sido, hasta la actualidad. En sus primeros veinte años de historia la escuela fue autofinanciada, a través de las matrículas de sus alumnos, hasta que en 1947 se firmó un convenio con el Patronato de Formación Profesional de Navarra, dependiente de diputación, para concertarlo, subvencionarlo y conformarlo como la “Escuela de Trabajo de Navarra”. Este convenio se renovó años después, independientemente de que la administración pusiera en marcha otros centros oficiales de formación profesional. Además, en los años setenta Salesianos amplió su oferta con los estudios de educación general básica (EGB).

El taller de carpintería en 1942 Foto: Asociación Antiguos Alumnos

Durante estos noventa años de historia son muchos miles los alumnos que han recibido su formación y que han aprendido un oficio en sus aulas y talleres. Esto, no cabe ninguna duda, contribuyó, y lo sigue haciendo, al, tardío aunque importante, despegue industrial de Navarra en la segunda mitad del siglo XX. No debemos olvidar, tampoco, la labor social desarrollada por iniciativa de la asociación de ex alumnos salesianos, fundada en 1934, en los campos de la cultura (grupo de teatro Amadis), ocio y deporte (trofeo Boscos o grupo de montaña) y en la promoción de vivienda social (Patronato Rinaldi). Por todo ello es evidente, que Salesianos forma parte de nuestra historia reciente, siendo parte de nuestra memoria histórica, con sus buenas aportaciones y quizás también, para algunos, con algunos claroscuros y así lo debemos considerar.

  • (En  este abril de 2020, en pleno confinamiento a causa de la pandemia del coronavirus,  se ha comenzado el derribo del edificio como una más de las «actividades esenciales permitidas». Han pasado algo mas de dos años después de escribir este artículo y se  consuma la destrucción del histórico edificio de Salesianos para  poder llevar a cabo el proyecto de varias grandes torres de viviendas. Me pregunto  como quedará el mercado inmobiliario tras la profunda crisis económica que se avecina. Los siguientes párrafos  del artículo que contienen algunas reflexiones sobre su futuro quedan ahora obsoletos, tan solo en la memoria de lo que pudo ser y no fue)

Y cuando hablamos de formar parte de la historia, también debemos pensar en las propias instalaciones de la calle Aralar que pronto serán derribadas y desaparecerán para siempre, como se desprende del proyecto aprobado y que en el curso de la polémica suscitada, casi nadie ha cuestionado. Personalmente ya me manifesté públicamente en contra del proyecto “Sol de Media Luna” por esta y otras varias razones (D. de Noticias 19.3.2015). El edificio primitivo de las Escuelas Profesionales Salesianas, de 1926, es decir con 91 años de historia, se encuentra en más que aceptable estado de conservación tanto exterior como interiormente. Desde el punto de vista arquitectónico, independientemente de los subjetivos criterios estéticos, tiene el valor de su especial tipología de solida construcción, presencia de grandes espacios, que conforman aulas y talleres de gran luminosidad por sus amplios y numerosos ventanales etc. Edificios públicos mucho más modernos y de dudoso valor estético han quedado protegidos solo por haber sido diseñados por un antiguo arquitecto municipal que ha tenido, para las instancias oficiales, la consideración de referencial. Por otra parte, tan solo cuestionar el derribo de algún otro edificio, de infausta memoria y también dudosa estética, parece ser, para un sector de nuestra población, un tremendo crimen contra nuestra historia reciente.

La posibilidad y/o necesidad de redactar un nuevo proyecto que aúne las distintas sensibilidades y solucione, al menos en parte, los dilemas planteados en la sociedad pamplonesa por esta operación urbanístico-financiera de Salesianos ha sido hecha pública, recientemente por distintas entidades como el propio Ayuntamiento de Pamplona o el Consejo Navarro de Cultura. La reutilización, muchas veces para usos diferentes, de determinados edificios y construcciones antiguas, industriales o no, es algo desde hace años asumido y realizado en muchos países del mundo, especialmente en Europa y que en nuestro medio se ha realizado en muy pocas ocasiones.

El edificio primitivo en la calle San Fermín, años 60. Foto: Colección Arazuri

La conformación de los espacios interiores del primitivo edificio de Salesianos lo hacen apto y acorde para algún tipo de dotación pública, además del proyectado centro cívico, cuyas carencias en nuestra capital Iruñea son más que notorias, por ejemplo espacio para grandes exposiciones. Tal vez pudieran albergar las valiosísimas 15.000 piezas inventariadas del Museo Etnológico Caro Baroja a día de hoy depositadas, en una nave de Lizarra con un importante costo en alquiler del local, pero, sobre todo, sin la posibilidad de ser expuestas ni observadas por la población. Quizás, también, alguna de las salas podría albergar un pequeño museo de la historia del propio centro de Formación Profesional con la exposición de las distintas máquinas y útiles utilizados, mobiliario, etc. La conservación del primitivo edificio en forma de T con fachada a la calle San Fermín, su declaración como Bien de Interés Cultural y su reutilización como dotación pública merece, para algunos, ser considerada. La relación coste beneficio sería, además, seguramente muy favorable. En los trece mil metros cuadrados de la doble manzana del ensanche, debería de haber espacio para todo, también para cubrir algunas  de esas importantes carencias, en beneficio de toda la ciudadanía, actual y futura.